El jueves a las seis de la mañana volví a casa de un viaje por Estados Unidos. Conocí el centro de Kansas, la ciudad de Detroit y tuve un breve vistazo (de consecuencias eternas) de la ciudad de Nueva York. Un viaje que, hace dos meses, yo no esperaba. Un viaje ecléctico también, en el que pasé en pocos días del trigo dorado y rojizo de las llanuras, a las casas y fábricas derruidas de una urbe que enfrenta una crisis postindustrial, y a la geometría desbordada, mítica e inasible de la ciudad por antonomasia.
Habrá que contextualizar, pero será difícil. El primer gran reto en toda historia es saber por dónde empezar. Intentemos un rompecabezas. Las piezas más importantes son: U2. El Libro Salvaje. Los idiomas español e inglés. Una profesora de literatura. Conferencias. La ciudad de San Miguel de Allende. Armemos:
El primer disco propio que tuve fue All that you can’t leave behind de U2. Me lo regaló mi papá una navidad. Escuché ese disco hasta el cansancio y, junto con una antología de The Beatles, se convirtió en el mejor método de aprendizaje de inglés que he tenido en mi vida. Una canción del álbum que no fue lanzada como single, pero que era de mis preferidas, era New York. Luego escuché el resto de su discografía y The Joshua Tree se convirtió en mi biblia musical. Curiosamente se necesitaron cuatro tipos de Dublín para que me interesara por Estados Unidos. Hablaban de un Estados Unidos mítico, romantizado y sin embargo también duro, problemático, trágico en su belleza. Hasta la fecha sigue siendo mi grupo favorito.
El Libro Salvaje es una novela para jóvenes de Juan Villoro, en donde los libros tienen vida propia, se mueven, se esconden, se aparecen y eligen a sus lectores. Entre los millares de libros hay uno particularmente elusivo, uno que nunca ha sido leído. Los personajes lo buscan, sin sospechar que es él quien debe elegir buscarlos.
Comencé a leer a Juan Villoro porque iba a ir a una conferencia suya en San Miguel de Allende. Era la segunda vez que asistía a las conferencias para escritores de San Miguel de Allende (conferencias extrañas organizadas por y para gringos, que no por eso dejan de ser muy interesantes). No había leído ni siquiera la columna de Villoro, así que días antes de ir a San Miguel, compré La casa pierde (libro de cuentos) y Arrecife (novela). Devoré La casa pierde en un par de días y Arrecife lo leí en un solo día, sentado en un parque en San Miguel. Llegué a la conferencia sintiéndome un fanático certificado de Juan Villoro, salí de ella sintiéndome un groupie. A partir de ese día leí casi todo lo que ha publicado, pero curiosamente uno de los últimos libros suyos que leí fue El Libro Salvaje.
La primera vez que asistí a esas conferencias en San Miguel de Allende fue en 2012. Entonces estaba obsesionado con la idea reiterada en la obra de Julio Cortázar de estar abierto al azar, a la porosidad de la realidad por donde se filtraba lo fantástico. De manera que caminaba por la ciudad dejándome llevar por símbolos, señas, curiosidades. También iba entablando conversaciones con quien fuera y donde fuera. Así fue que, esperando en fila para entrar a una de las conferencias magistrales, de pronto escuché que alguien me hablaba. Era una mujer muy blanca y de cabello muy largo y rojo. Me preguntó cuáles eran mis novelas latinoamericanas preferidas y comenzó a anotar lo que le decía. La pregunta me emocionó y terminamos platicando por horas. En los tres días que estuve en San Miguel, pasé mucho tiempo con ella. Ella no sabía español y tampoco le apetecía estar rodeada permanentemente de ese pseudoméxico en inglés que los organizadores de la conferencia habían confeccionado para los visitantes. En algún momento se lamentó de no haber aprendido nunca español. Le dije que eso era absurdo. Siempre se puede aprender un idioma. Su nombre es Kristin Van Tassel. Me dijo que era profesora de literatura en una pequeña universidad al centro de Kansas.
La amistad perduró. Una amistad muy desbalanceada, donde la generosidad de ella ha sido como el sol y la mía como un grano de arena. Ella comenzó a estudiar español. Después de recibir como 20 libros de su parte, decidí que debía ser recíproco. Quería regalarle una novela, algo simple pero también retador para que practicara su español. Así, una navidad, si mal no recuerdo, El Libro Salvaje la encontró en su puerta.
Más o menos a estas alturas del año pasado, Kristin me dijo que creía encontrar una posibilidad para que yo tradujera El Libro Salvaje al inglés. Una asociación llamada ASLE, dedicada a encontrar ligas entre la literatura y los estudios ambientales estaba dando una beca sustanciosa para la traducción de obras con temas ambientales de otros idiomas al inglés. Sinceramente no entendía qué diablos tenía que ver El Libro Salvaje con el medio ambiente, pero me emocionaba poder traducirlo. Lo primero que necesitaba era la aprobación de Villoro. Le escribí y me contestó muy amable, diciendo que la novela ya estaba siendo traducida. Pero Kristin no se desanimó. Pensó que entonces ella podría escribir una ponencia sobre el libro y enviarla como propuesta para participar en las conferencias bianuales de ASLE y me necesitaba a mí para traducir partes del libro. La idea fue aceptada para presentarse en un panel. Kristin me puso como coautor a pesar de que mi labor fue mínima y no merecía ese lugar.
De pronto estaba invitado a ir a Detroit, pero había un pequeño problema: no tenía visa. Con el flamante nuevo presidente de Estados Unidos, creí que no sería posible obtenerla. Fui a México sin muchas esperanzas y, asustado por los rumores, me puse a borrar todos los memes socialistas y anti-Trump de mi celular, sólo para averiguar que tenía que entrar sin celular a la entrevista (perdí memes valiosísimos que no he vuelto a encontrar). Estaba armado con cincuenta mil papeles que probaban que no me quería quedar a trabajar en Estados Unidos, que soy un ciudadano honesto y trabajador, que soy hijo de Dios, que rescato perritos y que amo a mi santa tierra. Sólo me pidieron mi pasaporte y me aceptaron. Al salir le avisé a Kristin y me dijo que, no me había querido hacer la oferta antes, pero que ahora que tenía visa, quería preguntarme si me gustaría conocer su casa en Gypsum, Kansas antes de ir a Detroit, y si luego me gustaría ir un par de días a Nueva York, a donde ella iría con su hermano. No hace falta aclarar cuál fue mi respuesta.
El viaje duró once días. Tres en Kansas. Cinco en Detroit. Tres en Nueva York.
Contar historias es, precisamente, como armar un rompecabezas. A veces el escritor mismo no sabe cuál es la imagen que le espera al terminar. Descubro, recién ahora, que ésta es una historia de regalos.
En uno de los paneles, profesores e investigadores experimentados hablaron junto con sus “protegidos” de lo que significa ser un mentor. Uno de los jóvenes habló de su mentora como una dadora de obsequios. Diciendo que cada vez que hablaba con ella sentía que había recibido algo, algo que no era parte de una transacción, sino un regalo genuino, desinteresado Mi papá me regaló mi primer disco de U2. Yo le regalé a Kristin El libro salvaje. Ella me regaló la posibilidad de este viaje.
La razón por la que Kristin iría a Nueva York y por ende la razón por la que yo podría ir a Nueva York, era un concierto al que iría con su hermano. El concierto de su banda favorita, una banda que ella había conocido porque su hermano le había regalado un casete en 1987, un casete de un álbum que se haría legendario y que este 2017 tiene su 30 aniversario: The Joshua Tree, de U2.