Tenet : teneT

Christopher Nolan asegura que le llevó un lustro completar el guion de Tenet y que trabajó en el concepto central durante una década. Se nota. Tenet es la culminación – es difícil imaginar una cima más alta – de una obsesión con el tiempo y, más precisamente, con los retos y oportunidades que las manipulaciones temporales ofrecen a la forma del cine. Sin embargo, como sus personajes, el director parece avanzar y retroceder simultáneamente. Por un lado, Tenet es sin duda su película más ambiciosa y visualmente la más impresionante, por el otro, es también la más afectada por todas sus flaquezas y todos sus excesos.

La trama es básicamente la de una película del 007, pero pasada por una licuadora marca Escher. La premisa en su estado puro es: un villano megalómano busca destruir el mundo con un arma ultrapoderosa y un héroe trabajando para una asociación secreta busca detenerlo. Esto, que es muy simple, se complica estrambóticamente porque el arma en cuestión viene del futuro y es una máquina capaz de revertir la entropia de la materia. Ya que la entropía es, en estricto sentido, la causa de la irreversibilidad del tiempo, los objetos o personas ‘revertidos’ se mueven hacia atrás en el flujo temporal. La amenaza es que se revierta en general la entropía del universo, lo que desencadenaría la aniquilación de todo cuanto existe y ha existido.

El concepto es brillante. No sólo le da un giro necesario – y más o menos realista – al ya muy manoseado artilugio de los viajes en el tiempo, sino que también le permite a Nolan, el hombre que ya había: volcado un trailer, hecho un pasillo rotativo, hundido un barco, etc. superarse a sí mismo sin repetirse. En Tenet no se requieren esas proezas hercúleas para desencajar la quijada del espectador, basta ver cristal roto rearmándose, charcos salpicando inversamente antes de ser pisados, nubes replegándose, polvareda de estallidos encogiéndose hasta desaparecer. La acción progresiva y en retroceso está integrada tan naturalmente que una pelea cuerpo a cuerpo o un solo auto volcándose se vuelven más espectaculares que Bane desmantelando un avión en el aire en The Dark Night Rises. Eso no impide, claro, que un Boeing 747 sea estrellado contra un hangar, o que un edificio sea dinamitado (y reensamblado y vuelto a estallar).

No habrá pasado desapercibido, tal vez, que vamos ya en el cuarto párrafo de esta reseña y no ha habido ni una mención a los personajes. Si los he dejado para después es porque evidentemente Nolan hizo lo mismo.

Desde una posición muy mediana en las prioridades del guion, los actores hacen lo mejor que pueden. John David Washington cumple en el papel de El Protagonista (es la única identificación que se le da): es aspiracional al modo de Bond, carismático, atlético, guapo, perfectamente acicalado, siempre está en control, los trajes le quedan de maravilla (por cierto, habría que ver si el financiamiento para la cinta no viene en buena medida de la industria de la sastrería porque los trajes tienen más personalidad que nadie en Tenet); pero en el terreno emocional no se le da nada más que una conexión poco convincente con la heroína, Kat, interpretada por Elizabeth Debicki, quien repite exactamente el mismo personaje que tuvo en la serie The Night Manager: esposa y rehén de un billonario traficante de armas. Ella carga con el peso emocional de la película y lo hace bien aunque, siendo sinceros, no es una carga pesada. Robert Pattinson en el papel de Neil, compañero de aventuras del Protagonista, es el más evanescente de todos, el más misterioso, y por ello tal vez el que más funciona: desaliñado pero vestido lujosamente, despreocupado pero siempre un paso adelante; y su química real con David Washington provee a su amistad en pantalla con el sustento que el guion no se interesa demasiado en conjurar.

El director de fotografía Hoyte van Hoytema vuelve después de Interstellar y Dunkirk y es tan fantástico como en aquellas, otorgando a cada encuadre y movimiento la gravedad precisa, el tono de tensión constante que Nolan ha ido desarrollando. El colaborador que no regresa es Hans Zimmer, ocupado ya en la banda sonora de Dune. A reemplazarlo viene Ludwig Göransson, quien hace un trabajo muy eficiente… copiando el estilo de Zimmer.

Una anotación más sobre la música: constantemente hay, por lo bajo, banda sonora, incluso en las escenas de diálogo, 90% de las cuales tienen la función de explicar una trama de por sí confusa.

Cuadrado de Sator, conformado por cinco palíndromos latinos, que inspiró el título de la película y varios de sus personajes y lugares

Desde hace tiempo me parece que el Christopher Nolan de megaproducciones está a medio camino entre Stanley Kubrick y James Cameron. De ambos tiene el absoluto dominio de su medio y la tosudez y ambición para empujar fronteras. De Kubrick tiene el hiperintelectualismo y el compromiso absoluto con su visión artística. De Cameron tiene su gusto por el espectáculo y una cierta debilidad por la sensiblería. La combinación, que puede ser muy buena, como Inception o The Dark Knight, también puede hundir sus esfuerzos más operísticos, como Interstellar, donde una odisea temporal y espacial sobre la supervivencia de la humanidad se resuelve estúpidamente en discursos sobre la fuerza del amor.

En Tenet Nolan muestra una vez más que el Cameron que lleva dentro siempre tiene la última palabra. Leí que tuvo cerca al físico teórico Kip Thorne para asesorarse sobre tiempo y física cuántica; habría sido bueno que también observara, escuchara y conversara con humanos, para asesorarse sobre deseos, culpa, nostalgia, rencor, etc., todas esas cosas que para los humanos están íntimamente ligadas con (y que quizás son) el tiempo. Cuando se le explica al Protagonista por vez primera la creación y existencia de objetos revertidos, éste pregunta: “Si el efecto precede a la causa, ¿qué pasa con el libre albedrío?”. He ahí el tema, mas el guion lo evade raudo como un obstáculo que amenaza con enturbiar la aventura.

Podrá parecer que no recomiendo Tenet y que reniego de su autor. No es el caso. Nolan es un maestro y Tenet es excelente. La película es insensata en el tamaño de lo que se propone y portentosa en cómo lo logra, sin sudar ni mancharse, ni arrugar el traje, con cierta sobradez de virtuoso encumbrado. Es pretenciosa, claro, y tal vez pide demasiado de su audiencia sin retribuir lo suficiente para que valga la pena el esfuerzo; pero a la vez no deja de ser admirable. Subyuga los sentidos y el ánimo incluso si su endiablado argumento nos rebasa. Y si uno tiene la obsesión necesaria para volver y empeñarse en entenderla, sorprenderá lo bien que encaja todo. Con una historia así, sería lo normal que quedaran flecos y agujeros, que se vieran las costuras, y sin embargo no detecté nada por el estilo. Es un artefacto perfecto y su funcionamiento merece nuestro asombro. Pero a la vez es sólo eso, una máquina precisa, la más ardua que este relojero ha fabricado, que no por eso deja de ser sólo un reloj con sólo una función.

Christopher Nolan es un artista de grandes conceptos y grandes logros técnicos, pero no de grandes preguntas. Esmeradamente y con un talento con pocos parangones en el cine actual, Nolan construye intrincados rompecabezas que una vez ensamblados aceptan sólo nuestra contemplación, no nuestra participación. Tenet es una pieza de museo que vale la pena revisitar, estudiar y desmontar, no obstante su significado es uno y está fijo, encerrado, impermeable. Las discusiones a su alrededor – que ya deben contarse por los cientos en foros de internet – serán para hallar referencias, excavar guiños, explicar su trama, no para discutir qué significa. Es un punto de llegada y no un punto de fuga.

Postdata

 “Vivimos en un mundo crepuscular”, es una frase recurrente en la película, y me trae a la cabeza el cine que Nolan ama y desea hacer y ver, el cine que está decidido a salvar (aunque quién sabe qué tan sustancial es la amenaza que él percibe). Me hace pensar, por ejemplo, en su lucha un tanto quijotesca por hacernos volver a las salas en medio de una pandemia. Lo cierto es que, en un medio donde ya sólo existen las superproducciones de cientos de millones de dólares o el cine independiente hecho con tres pesos, Nolan sí parece una figura crepuscular, uno entre muy pocos cineastas con un proyecto exigente y personal haciendo películas de este tamaño que millones van a ver. No es poco.