Propuestas para resolver la crisis migratoria mundial sin tener que cambiar nuestro estilo de vida

Refugees, Pawel Kuczynski

Refugees, Pawel Kuczynski

Sabemos bien que la crisis migratoria y de refugiados en el mundo entero sólo empeorará con el cambio climático. Año tras año vamos viendo como aumenta la intensidad y frecuencia de “desastres naturales”: inundaciones, sequías, tormentas de nieve, heladas sin precedentes, ondas de calor con temperaturas nunca antes registradas, etc. Por supuesto los países más afectados serán los que tengan menos recursos para enfrentar estos cambios. Las luchas civiles, étnicas y religiosas, además de los conflictos geopolíticos de ayer y hoy se mezclarán con la precariedad derivada de la crisis ambiental y habrá cada vez más desplazados que correrán, como es natural, al norte. Ya lo estamos viendo y lo veremos más y más. El obstáculo principal para buscar soluciones de raíz, según veo, es que todos, desde los principales organismos internacionales y la “comunidad internacional”, los dueños de las grandes fortunas, hasta la mayoría de los ciudadanos de a pie, nos negamos a implementar medidas drásticas para problemas drásticos. Muchos queremos que las personas del mundo dejen de sufrir, sí, pero no queremos que eso nos cause a nosotros ninguna molestia. Así que hoy quiero proponer algunas soluciones para la crisis migratoria que no se salgan de nuestro paradigma actual:

  1. Propongo que Netflix haga un spinoff de “Jefe encubierto” que se llame: “Estrella encubierta” en donde actores y actrices de los más populares, y/o ganadores de al menos un premio prestigioso, y/o cuando menos muy atractivos, serán enviados a sitios como Honduras o Sierra Leona, para viajar con un grupo de migrantes indocumentados. Los ganadores del Oscar a mejor vestuario y mejor maquillaje del año precedente se encargarán, en cada temporada, de hacer a los actores casi irreconocibles, de manera que se integren en los grupos de sufrientes sin ser notados. Al final de cada capítulo el actor o actriz haría una reflexión muy sentida, llorando, ante la cámara. Si es posible cargando a un niñito o niñita. Esto le daría más visibilidad al problema y pondría en primera línea a personas que sí importan (y no a esos anónimos cadáveres de las fotos de las noticias) y con suerte ejercería mucha presión sobre la comunidad internacional. Conviene que el primer capítulo sea con una estrella de carisma irresistible. Mis sugerencias: George Clooney, Samuel L. Jackson, Ryan Reynolds (que le cae requete bien a los adolescentes), o cualquiera de los principales Avengers.

  2. Este plan involucra a Jeff Bezos, quien en este momento tiene un valor neto de 164.9 mil millones de dólares. Al señor Bezos se le plantearía una oportunidad de negocios sin precedentes. La ONU y demás concilios de naciones ofrecerían al magnate la oportunidad de comprar, por un precio irrisorio, todos los países más pobres y más amenazados por el calentamiento global. Con los países me refiero a los territorios, no a las poblaciones, ojo; no es trata de humanos. La condición es que el señor Bezos convierta la mayor parte de las áreas de estas naciones en inmensos almacenes de Amazon donde contrate a toda la población de estos países. A los ciudadanos/trabajadores se les pagaría con comida, hacinamiento, digo, alojamiento y protección de los embates de la madre naturaleza.

  3. También involucra a Jeff Bezos, y aunque más viable en el largo plazo, es quizás más controversial. Esto sería una iniciativa para ofertar por Amazon a los migrantes y desplazados a personas de espíritu altruista del primer mundo. Habría que desarrollar una excelente campaña de mercadotecnia y tener a un equipo de relaciones públicas de primerísimo nivel, claro, porque no faltarán los criticones que empezarán a comparar esto con el tráfico de esclavos por parte de los imperios coloniales. Por ejemplo, el área donde se hicieran estas ofertas podría ser una página web hermana de Amazon en donde cada término sería cuidadosamente elegido. No se “compraría” a personas, no, sino que se les adoptaría como amigos. Pensemos en esto como un paso más allá de Children International, algo todavía mejor, más filantrópico, más conmovedor. Podría hacerse un comercial en el que una persona blanca aparezca feliz en distintas situaciones genéricas junto a una persona de etnicidad vagamente africana, árabe, centroamericana u oriental, y al final el benefactor diga: “Yo creía que yo estaba salvando su vida, pero de cierta forma, él me la salvó a mí”. Otras medidas para evitar atraer malas reseñas podrían ser: 1) los migrantes y refugiados se enlistarían voluntariamente en este programa (aunque habría que recalcarles las consecuencias de no enlistarse: hambruna, plagas, sequías, ahogarse en algún mar o río fronterizo); 2) una vez adoptados, los migrantes serán totalmente libres, aunque su permiso de residencia estará siempre supeditado a sus adoptadores. A cambio de ser recibidos en un nuevo hogar, los amigos-invitados recién llegados tendrían que ayudar en lo que sus amigos-anfitriones requieran. A esto se le puede llamar: “Acuerdo de amistad”. Por seguridad, un chip con GPS se pondrá (muy humanamente y reitero, siempre con su anuencia) en la nuca de los amigos adoptados, para asegurarse de que no traten de alejarse mucho de sus nuevas familias.

  4. Ésta es, casi con toda seguridad, la más eficaz de todas las propuestas, no obstante me temo que nuestra tecnología sigue demasiado en pañales como para aplicarla. La someto a consideración de cualquier modo, en caso de que Elon Musk se anime a crear otra de sus compañías para desarrollar el proyecto. La idea es: usando ingeniería genética de la más avanzada, los migrantes y refugiados que decidan entrar al programa (véase método de convencimiento de la propuesta anterior) serían transformados en perros. Piénsenlo un momento antes de juzgar. Es una idea fantástica. Estoy absolutamente seguro de que si las imágenes emblemáticas de esta crisis humanitaria fueran protagonizadas por perritos en lugar de por humanos, algo ya se habría hecho. El sufrimiento humano es de mal gusto, es aguafiestas, arruina las conversaciones, pone a la gente de malas, nos enfrenta con preguntas que no queremos responder. El sufrimiento de un perrito, en cambio, une corazones y discursos. La mente colectiva de las redes sociales es incapaz de ver sufrir a un perrito. Visualicen el cambio dramático: si en lugar de ver a un individuo de un color de piel distinto al nuestro, sucio por días sin bañarse, y con un atuendo roído por el camino pidiendo dinero para comer, viéramos a un pobre perrito meneando la cola, sin chistar le daríamos pan, lo llevaríamos a nuestra casa, al veterinario y le conseguiríamos hogar. La tragedia de Óscar y Valeria, o la de Aylan, quizás se hubieran evitado si supiéramos de miles y miles de perros y cachorritos que cruzan mares o ríos en condiciones peligrosísimas con tal de encontrar una oportunidad para vivir. Los millones de buenos samaritanos que no emergen con el dolor humano se abrirían como flores de generosidad ante semejante abyección. ¡Pero si son perritos! Gritaríamos. Pobres bebés, hay que hacer algo, diríamos a coro. Y quizás en poco tiempo un porcentaje muy significativo de los migrantes encontrarían una casa donde serían amados.

Estas propuestas podrán parecer absurdas. Y lo son. Pero lo son tanto como las propuestas actuales: el sonsonete del “crecimiento económico”, la promesa del desarrollo que desde hace tanto tiempo pende como una zanahoria frente a nosotros y que seguimos persiguiendo tercamente como mulas. Paquetes económicos, inyecciones de inversión extranjera, préstamos de organizaciones internacionales; son, en el mejor de los casos, paliativos; en el peor y más frecuente, un excelente tónico para la creación o afianzamiento de fortunas exorbitantes. Seguimos tratando de arreglar un sistema dañado pegándolo con cinta adhesiva, cuando lo que se requiere es reemplazar todo el mamotreto o por lo menos hacerle rediseños considerables. La solución real implica cambios drásticos en políticas económicas y tributarias que sean auténticamente agresivas con los grandes conglomerados de empresas mayoritariamente responsables de la catástrofe o de plano un cambio de sistema económico. Siquiera sugerir esto último pone más miedo y más apasionada indignación en los corazones de muchos que las tragedias diarias de los otros. Por ello se siguen postergando las medidas necesarias en favor de buenas intenciones, de filtros con banderas para cada nueva tragedia, de publicaciones indignadas que leerán nuestros amigos y conocidos que coinciden con nosotros para empezar, de listas de Buzzfeed e infografías de Pictogram sobre las diez cosas que podemos hacer para no contaminar. Igual estaríamos rezando tres aves maría y un padre nuestro.

Una carrera matutina

Hay un libro de Murakami que se titula: “De qué hablo cuando hablo de correr” o algo así. Debo admitir que soy muy escéptico con respecto a Murakami. El misántropo snob que habita mi alma ha escuchado a demasiada gente recomendarlo y esa agria voz dentro de mí me dice: “Si le gusta a todos, debe ser muy regular”. He leído un cuento suyo y me gustó a secas. Pero éste no es el tema. Menciono a Murakami y a su libro sobre correr porque, a pesar de no haberlo leído, sé más o menos de que va: correr puede ser muy bueno para pensar y pensar puede ser muy bueno para escribir. Eso me imagino, al menos, y con esa premisa coincido plenamente.

Correr es mi ejercicio favorito. Una de sus mejores características, o al menos la que me atrae más a mí, es que es un deporte solitario. Uno lo hace solo y mientras lo haces, te aíslas del mundo. Los peatones que se cruzan con uno parecen habitar una dimensión paralela; son imágenes indefinidas y difractadas que se confunden entre sí. El corredor existe con él mismo. Y en esta existencia aislada ocurre un fenómeno curioso. Nuestro cuerpo se mueve más rápido, pero nuestros pensamientos se suceden a la velocidad de siempre, como si el cerebro flotara tranquilo, distante de la algarabía de los músculos trabajando, el corazón bombeando sangre agitadamente y los pulmones esforzándose por pescar suficiente oxígeno para sostener la operación. Quizá son este tipo de aparentes desfases los que sostienen la tan persistente dualidad cartesiana. Pero me pierdo por las ramas.

Y bueno, es que justo eso es lo estimulante del pensamiento mientras uno corre. Que mientras las piernas nos llevan en una dirección, la mente fija su propio y errático itinerario. No sé cómo son las cabezas de los demás, pero en mi caso constantemente me reprocho no poder concentrarme. Me molesta estar haciendo algo y que mis pensamientos se escapen cada diez segundos a otro tema, y lo peor es que tampoco se comprometen con ese tema, sino que una vez llegado a él, brincan a otro. Cuando corro, sin embargo, me libero de estos reproches. Es como si mi cerebro fuera un perro mal entrenado y al correr lo llevara a un parque y le dijera, ya, bueno, aquí puedes hacer tu desmadre.

Así que esta entrada es sobre una los pensamientos que tuve en mi carrera de hoy por la mañana. Empecemos por el principio. Justo antes de comenzar, miré hacia mis pies y a un costado de mi pie izquierdo vi una pieza de rompecabezas. Ahí, abandonada, tirada en el suelo, solita. Esto me pareció un hallazgo poético y la recogí. Este tipo de objetos encontrados por azar es lo que llamo: catalizadores de historias. Conforme trotaba, pensaba en esa pieza. ¿Qué se podría escribir a partir de ella? Siempre hay que partir de preguntas. ¿Cómo llegó esa pieza ahí? Me imaginé un niño pequeño, distraído, cargando la cajita del rompecabezas que acaban de darle. Como buen niño, es impaciente así que abre la caja En ese instante su mamá, que ya se había adelantado bastante, lo agarra del brazo y le dice algo como: “¡Peeter, pon atención!” y lo jala para que no pierdan el camión. Por el jalón, una pieza del rompecabezas se cae. Peeter no se ha dado cuenta y más tarde, cuando esté por terminar su rompecabezas, se dará cuenta de que la imagen está incompleta. Luego se siguen cosas de este escenario: Peeter debe ser un niño introvertido e intelectualoide si le emociona un rompecabezas como regalo. Sabemos que Peeter es distraído también. ¿Provienen estas características de su personalidad de un ambiente hostil que lo obliga a abstraerse del mundo? ¿Tiene Peeter una familia problemática? ¿Acaso por eso su mamá tiene prisa? ¿Están huyendo de un padre que los maltrata? ¿La pieza faltante del rompecabezas simbolizará el hecho de que la vida de Peeter siempre estará incompleta?

No lo sé. No escribiré esa historia, pero es divertido pensar. Pronto, el podcast que estaba escuchando me sacó de estas fantasías a medio cocer. Escuchaba 99% Invisibe – un podcast que recomiento muchísimo – pero me sentí engañado cuando Roman Mars – el conductor – anunció que en ese episodio en realidad escucharíamos el podcast de alguien más, y ése alguien más es John Green, el autor de libros para adolescentes como “Bajo la misma estrella”. Estuve a punto de quitarlo, pero ya que me quedaba una media hora de camino, pensé en darle una oportunidad.

Este podcast dentro del podcast se llama “The Anthropocene Reviewed” y la idea es ingeniosa. Un tema específico cualquiera, mientras caiga dentro de la esfera de lo humano, desde el sabor del refresco Dr. Pepper hasta la Basílica de San Pedro, son reseñados y calificados en un formato de 5 estrellas, parodiando las reseñas de Yelp, Amazon Reviews, etc. Esto, por supuesto, es sólo una buena excusa para hablar de temas más interesantes. La primer reseña que escuché, fue la de las pinturas rupestres de la cueva de Lascaux, Francia. La historia de cómo fueron descubiertas ya en sí es interesante. Un adolescente llamado Jacques Marsal iba caminando en el bosque en una tarde de septiembre de 1940, cuando su perro Robot (no era un perro mecánico, el perro se llamaba Robot) se internó en un agujero y no salió. Robot regresó a casa esa noche, pero al día siguiente Marsal decidió regresar con sus amigos a investigar ese agujero. Dentro, encontraron un sistema de cuevas cuyas paredes de roca estaban llenas de pinturas de renos, bisontes, felinos del paleolítico, un rinoceronte lanudo y muchas impresiones de manos. Los adolescentes trajeron expertos y se comenzaron a estudiar las pinturas. Sin embargo, por falta de presupuesto, no se hizo nada para proteger el lugar por un tiempo y dos de los adolescentes que lo habían hallado, decidieron acampar fuera de la entrada a la cueva por casi un año.

Por fortuna, acabando la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Francia se puso las pilas y para 1948 la cueva se abrió al público. No obstante, apenas quince años después, se volvió a cerrar porque los paleoarqueólogos se dieron cuenta de que el dióxido de carbono y la humedad emitida por los más de mil visitantes diarios estaba dañando las pinturas. Y aquí es donde la cosa se pone realmente interesante: En 1983, a doscientos metros de la cueva real, se instaló una reproducción exacta de la cueva original, bautizada Lascaux II, para que los visitantes todavía pudieran ver las pinturas en las condiciones más “auténticas” posibles. Esto envió a mis sinapsis a una nueva empresa porque, qué sugerente es esto de crear una réplica exacta de una cueva y ponerla a doscientos metros de la original. Hay varios senderos filosóficos que recorrer aquí, relativos a la reproducción artística, la iconicidad, ¿qué es lo que apreciamos cuando apreciamos arte? ¿es la obra en sí o la experiencia que la rodea? ¿hay realmente preeminencia entre original y copia? Pero bueno, esto lo han pensado otros – te estoy viendo a ti, Walter Benjamin – con mentes infinitamente más prodigiosas que la mía. En lugar de meterme a esa cueva, elegí la alternativa vecina de la ficción. Por ejemplo: imaginemos que por algún cataclismo– te estoy viendo a ti, calentamiento global – nuestra civilización actual es borrada junto con todo rastro de nuestro saber histórico. Imaginemos que dentro decenas de miles de años, humanos del futuro o alienígenas descubren la cueva de Lascaux (esta vez el perro sí podría ser un perro robot) pero es Lascaux II. Lo datan y descubren que es del año 1983 d.C. (claro que su sistema de medición sería distinto si toda la historia se ha borrado). Para ellos, las características de nuestro mundo contemporáneo serían las del mundo que nosotros sabemos del mundo paleolítico. ¿Importa esta diferencia? ¿Cuál es el original ahora? ¿Depende la originalidad del objeto o de quien descubre el objeto? Y ahora otra versión. Somos nosotros quienes encontramos la réplica. La primer cueva, la hallada en 1940 por Robot, era ya una copia.

Buenas ideas todas estas. O al menos entretenidas para correr. El problema es que en ese punto ya me había perdido la mitad del podcast por andar en el debraye. Le regresé y seguí escuchando. Después del podcast dentro del podcast, Roman Mars hace una pausa para entrevistar, ahora sí en su podcast, a John Greene, el autor del otro podcast. Es en este momento en el que recordé que había estado escuchando a John Green. Y pensé: ¿qué me pasa? ¿Qué está mal conmigo? ¿Cómo puede ser que me haya gustado algo producido, escrito y narrado por John Green, el mismo señor que vive (y muy holgadamente) de escribir novelas hiperedulcloradas para niñas de doce años? Y peor aún, escuchándolo en la entrevista descubro que me cae bien. Bastante bien. ¿Qué me ocurre? ¿Serán las endorfinas por el ejercicio?

Aquí me fui por otra tangente, esta vez pensando qué es lo que me lleva a odiar a John Green si ni siquiera lo he leído. Esto tiene que ver con un estricto código de ética y estética que me he impuesto y que me mueve a odiar a rajatabla a todos los escritores malos o mediocres que a la vez son sumamente exitosos. Es un código que además sigo rigurosamente. Hay pocas cosas que odie tanto, con tanta virulencia, como a los malos autores que escriben best sellers. Este es un odio, además, que está muy extendido entre los “lectores serios”. Creo que hay algo válido en ocasiones detrás de esta aversión. Es la indignación ante la mediocridad premiada, ante aquello que es puro gesto y pose, la literatura rebajada a estrategia de mercado, los escribidorcillos que se pavonean con sus millones de libros vendidos, pero que jamás de los jamases se han internado en el corazón de las tinieblas que es la verdadera literatura. Y sin embargo también creo que mucho de este odio es infundado y más bien envidioso, sobre todo en aquellos quienes, como yo, deseamos ser un día escritores y acariciamos en sueños las mieles del reconocimiento. Pocas especies tan rencorosas e insidiosas deambulan por este planeta como los aprendices de artista que se sienten merecedores de más aplausos. El hecho es que hay casos en que sí, el escritor podrá ser mediocre como una pizza de Lupillos, y rico como hijo de Slim, pero también puede que ese escritor se sepa mediocre y no lo oculte. Escuchando a John Green esta mañana me dio la impresión de que él sabe muy bien lo que es. Que nunca ha pretendido ser un gran autor. Que sabe que escribe libros cursis para niñas de secundaria. Y creo que esto lo aprecio, su honestidad. Digo, alguien debe escribir para las niñas de secundaria después de todo.

En algún momento John Green hablaba de las cosas que odiaba cuando era joven y que ahora, ya a sus cuarenta y tantos (o los años que tenga) le gustan. Mencionó a las Spice Girls. Empecé a preguntarme si lo mismo me estaba pasando a mí en ese momento: ¿El hecho de que de pronto me caiga bien John Green, quiere decir 1) que estoy cambiando de parecer y que mi brújula estética está perdiendo el norte? Y 2) ¿que de pronto me he hecho viejo? No. La verdad no lo creo. Sí me hago viejo, pero creo que más que perder la brújula aprendí algo: los autores no son sólo autores de sus libros, sino personas con varias facetas y pueden ser conocidos por la faceta equivocada. John Green es un autor mediocre, pero un excelente podcastero. Yo le recomendaría que ya sólo se dedique a eso. Él me diría: ¿Y de dónde sacaría los millones para poder dedicarme todo el día a podcasts? Él tendría razón.

En este punto había llegado al final de mi carrera matutina. Tomé el tranvía de regreso a casa. Al llegar a mi departamento y vaciarme los bolsillos del pants me encontré con la pieza de rompecabezas que ya había olvidado. Pensé un momento al respecto tratando de encontrar una enseñanza. Un rompecabezas entero con una pieza faltante es trágico: es una historia sin final; pero una pieza sola sin rompecabezas es prometedora: es una historia que comienza.

Al escuchar esta reflexión dentro de mi cabeza me reproché: Tengo que dejar de escuchar a John Green.

Todo está perdido

Hace poco vi ‘All is lost’, una película del 2013 en donde sale Robert Redford y sólo Robert Redford. Es una película relativamente sencilla. El guion original tiene solamente 32 páginas y apenas reúne un par de líneas de ‘diálogo’ (en realidad ‘monólogo’ ya que no hay nadie más) y de esas líneas, buena parte son sólo interjecciones y gritos de ayuda. No es la clásica película de supervivencia en solitario. El protagonista – y único personaje – no tiene nombre. En los créditos finales se refieren a él sólo como “Nuestro hombre”. El filme no usa los salvavidas fáciles que otros filmes similares utilizan, como un narrador, o un diario, o un objeto inanimado que se convierte en un amigo (como Wilson en Náufrago). Lidia de frente con uno de los aspectos más crueles del aislamiento: el silencio. La película me encantó. Me pareció audaz, auténtica, profunda e incluso mística. Se siente como una reinterpretación de El libro de Job. El hombre justo que sufre sin razón aparente. En El libro de Job, la razón es simplemente que no conocemos las razones de Dios y que siquiera tratar de entenderlas es vanidad. En la vida real, la revelación es tan inquietante como la de un Dios incomprehensible (¿sádico?): No hay razón. Las cosas suceden y no hay un significado ulterior para ellas. Al menos ninguno más allá del que nosotros podamos adscribirle, inventarle o construirle.

‘Nuestro hombre’ en ‘All is lost’ ha decidido lanzarse a cruzar en solitario el océano índico por razones que no conocemos y que nunca se nos aclaran. Cuando lo conocemos, ya está en medio de un desastre. Un contenedor a la deriva ha chocado con su bote y le ha abierto un agujero en cubierta. A partir de aquí, todo se va al carajo. Una y otra vez. Sin importar cuánto lo intente, cuánto sacrifique, cuánto da de sí mismo, el océano sigue golpeándolo.

No sólo me gustó la película porque sea buena, me gustó porque sentí que me habló directamente. Y me habló directamente porque llevo un rato a la deriva.

Hace poco más de dos meses comencé a sentirme extraño. Un tipo de extraño familiar. En ciertos momentos agitado sin una razón clara, como si algo terrible fuera a pasar y yo estuviera seguro. En otros momentos, la mayor parte de los días, sencillamente triste. Pero una especie oscura, pesada, pegajosa de tristeza. Un ahogarse, un perder toda esperanza de tristeza. Y en otras ocasiones, un entumecimiento, como el entumecimiento que se siente después de caminar por mucho, muchísimo tiempo, sólo para encontrar nada. Como diría Leonard Cohen: “I stepped into an avalanche, it covered up my soul”.

A esto debería sumar un problema continúo de dinero desde que llegué a Estonia. Un problema que se intensificó en el peor momento posible. Vine a Estonia sin beca, sin ninguna especie de apoyo financiero ni de México ni de la Universidad de Tartu. Logré venir gracias al dinero que gané de la traducción de un libro combinado con un préstamo. Ese dinero se me acabó en octubre del año pasado. Por un par de días comí galletas saladas con mayonesa. Di una clase de español en una escuela local, lo cual me ayudó, pero a partir de enero mis estudiantes tuvieron que dejar las clases por cuestiones laborales. Traduje, pero me pagaban en pesos y en la conversión continúa ese dinero se me iba entre los dedos como agua. Tuve que pedir otro préstamo para el segundo semestre. Afortunadamente, un buen amigo me señaló una beca del gobierno mexicano basada en “talento”, lo que sea que eso signifique. A finales de abril, la obtuve.

Había un último rayo de esperanza disponible. Hacia el final del semestre pasado, se nos dijo que cada año había una beca de colegiatura disponible que se otorgaba con base en calificación. Aunque en un inicio yo no entendía nada de mis clases, me esforcé. Seguí adelante. Me vertí por completo en la maestría. Cada vez que tenía un proyecto que entregar, una presentación que dar un ensayo que escribir, pasaba noches sin dormir. Y al final del primer semestre, obtuve una A en todas mis clases. En el segundo semestre igual. Es decir que hasta ahora he mantenido un promedio de A. De 5 sobre 5. En la primer semana de septiembre, recibí un formato para aplicar formalmente a la beca de colegiatura. Si las cosas seguían su curso natural, debía recibirla.

Mientras tanto, el dinero de la beca mexicana se me acabó a mediados de agosto. Ese mismo mes, se suponía que debía recibir el dinero correspondiente al segundo semestre. Ya que la burocracia mexicana es una monstruosa combinación de pesadilla kafkiana y de película de Cantinflas, recibí el dinero hasta el viernes pasado, lo cual quiere decir que pasé dos meses sin dinero, dependiendo por completo de préstamos pequeños de amigos, familia y de mi novia, quienes, yo sé, también batallan.

Hubo un par de momentos en que sentí que había tocado fondo. Uno fue hace como un mes. Aquí en Estonia uno puede intercambiar botellas vacías de cerveza o refresco por dinero. 10 centavos por botella. Así que un día, teniendo como 30 centavos en mi cuenta, decidí que sería buena idea llevarme una bolsa de plástico conmigo mientras corría en caso de que encontrara botellas abandonadas en la calle. En 5 kilómetros sólo encontré una. Saqué la bolsa que traía conmigo y cuando la desdoblé, me di cuenta de que era una bolsa de farmacia en donde no cabía la botella. La dejé. Otro momento ocurrió hace un par de semanas – de hecho, fue justo el día en que llegué a Tallin de Riga (en el mismo camión en que vi ‘All is lost’) -, cuando en el aeropuerto de Tallin encontré una canasta de manzanas. Una especie de regalo simbólico del aeropuerto a los viajeros por el inicio del otoño. Circulé alrededor de la canasta con timidez hasta que estuve seguro de que nadie me veía y entonces me acerqué y metí todas las manzanas que pude en mi mochila a sabiendas de que no tenía dinero ni una fecha de depósito cercana.

Pero nada de esto es tan importante como lo que constituía mi preocupación más urgente: esta tristeza que todo lo impregna, este lento hundirse. Sabía que necesitaba ayuda. Sabía que necesitaba ir con un psiquiatra para comenzar a tratar esto. Pero no tenía dinero. Una amiga me prestó dinero porque sabía que esperar más podía ser peligroso. Luego una profesora muy amable me ayudó a hacer la llamada para concretar una cita.

Hoy por la mañana fui al psiquiatra. Después de salir, sentí como que por fin había podido alzar mi cabeza por encima del agua, como que por fin alcanzaba una bocanada de aire. Mientras caminaba de vuelta a casa, comencé a pensar que quizás debería a ir a un café esta tarde, darme un gusto para variar. Las cosas ahora serían mejores.

Llegué a mi departamento, abrí mi correo y me encontré con el siguiente mensaje:

“Me da tristeza anunciarles que aunque un estudiante con beca de colegiatura dejó el programa el año pasado, la oficina de asuntos académicos no transferirá la beca a otro estudiante.

Esto debido al número de estudiantes aceptados en su programa. Sólo cuando hay menos de 10 estudiantes con beca de colegiatura, la universidad transfiere la beca a otro estudiante”.

Hay un momento en ‘All is lost’ cuando ‘Nuestro hombre’ se da cuenta de que ya ha cruzado la línea de paso de cargueros en el océano Índico. Sus posibilidades de ser visto y rescatado por un barco se ven seriamente reducidas.

Yo contaba con esa beca. Le dije a todo mundo en México que las cosas iban a mejorar porque casi con total seguridad recibiría esa beca. Trabajé tanto y me esforcé por tanto tiempo. Lo di todo. Lo intenté. Nunca entendí ni siquiera porqué no me dieron la beca desde un inicio. 10 de 15 personas la obtuvieron. Cuando llegué y vi que no entendía una palabra de lo que se decía en clases, pensé que estaba bien. Sí, en efecto, no me merezco esto, claramente no es lo mío. Pero luego me di cuenta de que casi todos mis compañeros estaban igualmente perdidos. Y lo que es más, me di cuenta de que era capaz de escribir ensayos exhaustivamente investigados, interesantes, catalizadores de discusiones. Y más aún, muchos profesores me felicitaron por mi trabajo, me dijeron que podría publicarlo si le hacía algunas correcciones. Uno de mis profesores, el mejor hasta ahora y uno al que quiero considerar mi amigo, me dijo al terminar el primer semestre: “Eres un líder y este programa te necesita”. Y a pesar de todo eso, no obtuve la beca.

Había otra persona compitiendo por ella. Mariia, mi mejor amiga en Tartu. Una chica rusa brillante que también ha sufrido por cuestiones económicas. Si ella hubiera ganado la beca, al menos habría una cierta alegría, una sensación de recompensa. Pero ni ella ni yo ganamos nada por una cuestión técnica. Y quizá lo que se siente más insultante es que nos pudieron haber dicho esto desde un principio. Hacernos firmar una aplicación parece ahora una broma cruel. Mantuvieron vivas nuestras esperanzas hasta el final.

No tengo idea de cómo voy a salir de esto. La beca mexicana apenas me alcanza para pagar mi colegiatura, pero ya que he pasado dos meses sin dinero, buena parte de la beca se me irá en pagar deudas. Ya no quiero pedir más, puesto que el dinero que debo ya de por sí pende sobre mí como una nube negra.

“13 de julio, 4:50 pm. Lo siento. Sé lo poco que eso significa ahora. Pero lo siento. Lo intenté. Creo que todos deben aceptar que lo intenté. Ser honesto. Ser fuerte. Ser bondadoso. Amar. Ser justo. Pero no lo logré. Y sé que ustedes lo sabían, cada uno a su manera. Pero lo siento. Todo está perdido aquí, excepto por el alma y el cuerpo. Quiero decir, lo que queda de ellos. Y medio día de raciones. No hay excusa, realmente. Lo sé ahora. Cómo fue que me tomó tanto tiempo admitirlo, no lo sé. Pero así fue. Luché hasta el final. No sé cuánto valga eso, pero sé que lo hice. Siempre he esperado más para todos ustedes. Los extrañaré. Lo siento”.

Eso es lo que ‘Nuestro hombre’ escribe en una carta. No es un spoiler. Se muestra al inicio de la película. Así es como me siento hoy.

En mis primeras semanas en Estonia salía a correr todas las mañanas. Cada día corría un poco más lejos. Empecé a correr más allá del letrero de ‘Bienvenido a Tartu’. Y cada día que pasaba ese letrero me invadía este sentimiento de libertad. Una mañana me di cuenta de que estaba huyendo. Estaba tratando de escapar. Pero decidí quedarme y luchar. Tal vez hoy, finalmente, puedo decir que luché y perdí. Ahora puedo marcharme, derrotado, pero sabiendo que lo di todo.

Tanta gente me ha ayudado en el camino. Amigos, familia, mi novia. Con toda honestidad, siento que se me ha acabado la energía. Ya no me queda nada. Esto es tan lejos como pude llegar. Lo intenté y creo que cualquiera que me haya visto sabe que lo intenté. Todo está perdido aquí.

Pero luego he pensado en una cita de la primera novela que me avasalló, Rayuela, de Julio Cortázar: “Nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo”.

Todo está perdido.

Empecemos de nuevo.

Aunque no prometo nada.

All is lost

Some days ago, I saw ‘All is lost’, a 2013 film starring Robert Redford and only Robert Redford. It’s a very straightforward movie. The original screenplay was only 32 pages long and it features only a couple lines of ‘dialogue’ (actually monologue since there’s no one else) and from those lines, most of it is just swearing or screaming for help. It’s not the typical survival film. The main and only character doesn’t have a name, it’s just referred to as ‘Our man’ in the ending titles. The film does not make use of the easy aids other similar films use, like voice over narration, a journal of some sort, or an inanimate object becoming a friend (like Wilson in Cast Away). It deals with one of the most terrible aspects of isolation head on: silence. I loved it. I think it’s wonderful. Bold, authentic, profound and even somewhat mystical. It feels very much like a modern retelling of the story of Job. The just man who suffers with no apparent reason. In Job’s book however, the reason for this is simply: we don’t understand God’s reasons and to try to understand them is vanity. In real life the revelation is equally if not even more unsettling to an incomprehensible (sadistic?) God: There is no reason. Things happen and there is no greater meaning to them. At least no other than the one we are able to ascribe to it, or get from it, or make of it.

‘Our man’ in ‘All is lost’ has decided to undertake a dangerous journey in the open sea by himself for reasons we don’t ever find out. When we meet him, he is already in the midst of disaster. A container adrift has crashed into his boat and poked a hole on the side. From here on, it’s all downhill. It doesn’t matter how much he tries, how much he sacrifices, how much he gives of himself to go on, the ocean just keeps knocking him down.

I didn’t just like this movie because it’s good. I liked it because it spoke to me. And it spoke to me because I am and have been for some time adrift.

A little over two months ago, I started feeling weird. I started feeling a familiar kind of weird. At times unsettled without a clear reason, as if something terrible was about to happen and I knew for sure. At other times, most of the day, just sad. But a dark, heavy, sticky kind of sad. A hopeless, drowning kind of sad. And at other times, a numbness, as the numbness after walking for long, so long, only to find nothing. As Leonard Cohen would put it: “I stepped into an avalanche, it covered up my soul”.

To this I should add a continuous struggle with money since I arrived in Estonia. A struggle that intensified on the worst possible moment. I came to Estonia without a scholarship, without any kind of financial help neither from Mexico nor from the University of Tartu. I managed to come with the money I got from a book translation coupled with a loan. That money ran off by October last year. During a couple of days back then I ate crackers with mayonnaise. I taught Spanish lessons in a local school, which helped, but by January my only two students couldn’t come anymore. I translated, but being paid in pesos, the money just slipped through my fingers like water. I had to ask for another loan for the second semester. Luckily, a good friend pointed me in the direction of a Mexican scholarship based on “talent”, whatever that is. By the end of April I got it.

There was another glimpse of hope available. By the end of the last semester we were told every year, another tuition waiver scholarship was allocated based on grades. Though I did not understand anything in the first couple of months of the master’s program, I ploughed through. I worked as I had never worked before academically. I poured myself into it totally. I didn’t sleep at all each night before a project, presentation or paper. And by the end of the first semester, I got an A on each of my courses. By the end of the second semester, the same. Meaning up till now, I have an A average grade. A 5 out of 5 GPA. On the first week of September, I was sent a form to formally apply for the tuition waiver. If everything just went along in the way it was supposed to be, I would get it.

In the meantime, the money from the Mexican scholarship ended by mid-August. I was supposed to be able to get the corresponding money for this semester from the same scholarship in August, precisely, however, because of that Kafkian nightmare that is Mexican bureaucracy, I only got the money this past Friday, which means that during two months I had no money. I depended totally on small deposits from family, friends and from my girlfriend, all of whom I know also struggle.

There were a couple moments when I felt I hit rock bottom. One was about a month ago. Here in Estonia you can exchange empty beer or soda bottles for money. 10 cents per bottle. So, one day, I had about 30 cents in my account, and I went out jogging with a plastic bag in my pocket, hoping I would find bottles to exchange for money. In about 5 km I only found one. I pulled the bag and when I unfolded it, I realized it was a pharmacy bag where the bottle didn’t fit. I left it. Another moment happened a couple weeks ago – actually, it was after arriving in Tallinn from Riga (in the same bus where I saw ‘All is lost’) –, when in Tallinn’s airport I found a basket full of apples. A sort of symbolic gift the airport was giving away because autumn was beginning. I passed around it a couple times, timidly, and finally, when nobody was watching, I approached the basket and took as many apples as I could and put them in my back-pack because I had no money and no foreseeable date as to when I was going to receive the money from the Mexican Scholarship.

But this all is not as important as the most crucial thing that worried me: this pervasive sadness, this slow, steady sinking. I knew I needed help. I knew I needed to find a psychiatrist and start treating this. But I had no money. A friend lent me money because she felt waiting any longer could be dangerous and a very kind professor called to a psychiatric office to make an appointment.

Today I went to the psychiatrist in the morning. After I left, I felt as if I was finally above water, as if I had finally grasped for some air. While I walked back home, I started thinking I should probably go to a café in the evening, treat myself for a change. Things would be better now.

I arrived at my apartment, opened my email and found the following message:

“I am sad to let you know that although a student with a tuition-waiver scholarship left the program last year, the Office of Academic affairs in not transferring it to another student.

This has to do with the nominal number of students accepted to your program – only when there are less than 10 students with tuition waiver left, will the university transfer the scholarship to another student”.

There is a moment in ‘All is lost’ when ‘Our man’ realizes he has already crossed the shipping lane in the Indian Ocean, meaning the possibility of a ship finding and rescuing him becomes very, very low.

I counted on that scholarship. I told every single person back home that things would get better because I was almost certain I would get that scholarship. I worked so hard and so long. I gave my all. I tried. I never even understood why I didn’t get it to begin with. 10 out of 15 people got it. When I arrived and I saw I didn’t get most of what was spoken about in classes, I thought it was fair. Yeah, sure, I don’t deserve it, I am clearly not cut out for this. But then I realized most of my classmates were equally confused. And moreover, then I realized I could write engaging, thoroughly researched, thought-provoking essays. And what’s more, many professors started commending my work, telling me I could publish if I edited my papers a little. One of my professors, the best one so far and one I would like to consider my friend, told me by the end of the first semester: “You are a leader, and I think this program needs you”. And in spite of all that, I did not get it. There was another person competing for it. My best friend here in Tartu, Mariia, a brilliant girl from Russia who has also had a hard time making ends meet. If she had got it, at least there would be some sort of relief, of joy. But neither her not me got it because of a technicality. And maybe the most insulting part is that they could have told us this since the beginning. Making us sign that application was just like a cruel prank. They kept our hopes up until the very end.

I have no idea how I am going to manage. The Mexican scholarship is barely enough to pay for the tuition, but since I spent two months without money, a good chunk of it is going off to pay debts. I don’t want to ask for any more money because the money I already owe hangs like a heavy cloud above my head.

“13th of July, 4:50 pm. I’m sorry. I know that means little at this point. But I am. I tried. I think you could all agree that I tried. To be true. To be strong. To be kind. To love. To be right. But I wasn’t. And I know you knew this, in each of your ways. And I am sorry. All is lost here, except for soul and body. That is, what’s left of them. And a half day’s rations. It’s inexcusable, really. I know that now. How it could have taken that long to admit that, I’m not sure. But it did. I fought to the end. I am not sure what that is worth, but know that I did. I have always hoped for more for you all. I will miss you. I’m sorry.”

That’s what ‘Our man’ writes in a letter. It’s not a spoiler, it is shown at the very beginning of the movie. That’s how I feel today.

In my first few weeks in Estonia I was jogging every morning. Each day I ran a little bit further away. I started running past the “Welcome to Tartu” sign. And everyday when I passed that sign and kept going I got this freeing feeling. One morning I realized I was running away. I was trying to escape. But I decided to stay and fight. Maybe now, finally, is when I can say I fought but I lost. I can leave now, defeated, but knowing I fought.

So many people have helped me along the way. Friends, family, my girlfriend. In all honesty, I feel I have ran out of steam. I have no fuel left. This is it. This is as far as I could fight. I tried and I think everyone who has seen me can agree that I tried. All is lost here.

But then again, I remembered a quote from the first novel that blew my mind, Hopscotch, by Julio Cortázar: “Nothing is lost if you have the courage to accept that all is lost and that you must start again”.

All is lost.

Let’s start again.

Though I don’t promise anything.