Día del jazz

Hace unos años que dejé de celebrar el día del niño. Más porque he traicionado demasiado a la fantasía y a la bella ingenuidad para merecer festejos que por pensarme adulto, y sí, esto me ha costado muchas miradas decepcionadas del mocoso ávido de dulces y juguetes que me da codazos por dentro demandándome más sueños. Sin embargo, hoy la ONU ha tenido una idea magnífica y me ha hecho un favor enorme al hacérselo al mundo, hoy me reconcilia con ese chamaco y además me reconcilia con todos los posibles futuros que el muchachito tenía para sí. Hoy, 30 de abril es el primer día internacional del Jazz y la celebración ha comenzado en mi estéreo hace rato.
Así que el niño y yo nos damos tregua, él está sedado y se balancea con una enorme sonrisa y unos ojos casi cerrados pero muy abiertos al mundo, el niño flota, se eleva y se acerca a las alturas a las que pertenecen los niños, sin techos que lo detengan y con una verdadera estampa de alegría pegada en la cara. Una felicidad real empieza a infiltrarse, a cavar dulcemente con pianos, saxofones, trompetas, clarinetes, percusiones, contrabajos y voces los caminos ciertos a esa cosa incierta que se llama alma y empieza a encontrarnos, a reconciliarnos.
Sería una mentira decir que ya me pasaba tardes en mi cuna sumergido en el sax de Bird o Coltrane. En realidad me tomó más tiempo del que me gustaría aceptar descubrir el verdadero Jazz, o al menos los grandes nombres que lo componen, aunque quizás el Jazz se conoce desde siempre a pesar de que no se sepa su nombre, como suele pasar con las cosas que de verdad importan. El caso es que no importa a qué edad conocí a Django Reinhardt o cuándo fue que escuché a Bessie Smith porque el Jazz no pregunta fechas de nacimiento ni pide credenciales de afiliación. El Jazz es en sí una puerta, es más, es una sucesión sincopada de puertas, de ventanas, grietas, rendijas, y variedad de oportunidades de ingresar a algo más bello. Basta escuchar a Thelonius Monk haciendo llover dedos sobre teclados para comprender que ese hombre está construyendo escaleras rítmicas, ya sea en ascenso o descenso, o inscenso, o extrascenso, a nuevas alturas, a un sitio que es como un espacio abierto, una zona cerebral para ser y no ser sin todos los dilemas. Porque ahí donde empieza a soplar la trompeta de Louis Armstrong, ¿qué problema puede haber?, ahí donde se escuche la voz de Billie Holliday, ¿para qué gastar cuerdas vocales en reclamos?
Hoy yo he decidido deslizarme por los túneles que me abre Miles Davis a golpe mágico de aire ahí donde ya no hay edades y sólo hay una especie de esencia que quiere ser música. Ahora escribo desde esa zona, muy contento y hermanado con el niño que tengo tan olvidado. Día del niño y día del Jazz… De pronto una unión que tiene tanto sentido. Después de todo, la imaginación de un niño, su visión del mundo como un campo de juegos de infinitas posibilidades y además de posibilidades para ser compartidas ¿no es un entendimiento muy jazz de la realidad? Como todo lo decible, ya lo dijo mejor Cortázar: “Una música que permitía todas las imaginaciones…”

Feliz día

¿Hasta cuándo?

¿Por qué Adriana? ¿Por qué seguir haciendo esto? ¿Hasta cuándo seguir con las ceremonias? ¿Hasta cuándo los rituales de la mesa, los manteles, el estofado…? ¿Hasta cuándo riéndonos a fuerzas de los chistes del tío Pedro? ¿Hasta cuándo tus: “Sí mamá, de verdad, todo bien”, “sí, Pepe está creciendo como loco”, “¿Y la tía Berta cómo va con su trabajo?”, “Gracias, es la receta de mamá”…? ¿Hasta cuándo el dolor escondido y el silencio infernal a la hora de recoger los platos? ¿Hasta cuándo aceptando las putas mentiras? ¿Hasta cuándo las perras lágrimas que se limpian a escondidas cuando dices que vas a revisar el horno? ¿Eh…? ¿Hasta cuándo esta pinche vida falsa Adriana? ¿Hasta cuándo?

–          ¡Adriana! ¡Ya te tardaste mucho revisando el horno, ¿no?! ¡Córrele porque tu tío Pedro va a contar un chiste!

–          ¡Ya voy mi amor!

Hasta la próxima comida Adriana… hasta la próxima…