Son siete los blancos cuerpos tendidos
y son cinco sus reflejos oscuros,
debajo, esperan sus cantos no oídos,
a los dedos que guardan los conjuros.
Sobre este muelle de mármol y leños
convocas a la música, oceano
del que tú y tus manos son los dueños
y rompes sus mareas sobre el piano.
Lo dice el instrumento en su concierto:
no hay otro maestro como Mario Alberto.