Todo está perdido

Hace poco vi ‘All is lost’, una película del 2013 en donde sale Robert Redford y sólo Robert Redford. Es una película relativamente sencilla. El guion original tiene solamente 32 páginas y apenas reúne un par de líneas de ‘diálogo’ (en realidad ‘monólogo’ ya que no hay nadie más) y de esas líneas, buena parte son sólo interjecciones y gritos de ayuda. No es la clásica película de supervivencia en solitario. El protagonista – y único personaje – no tiene nombre. En los créditos finales se refieren a él sólo como “Nuestro hombre”. El filme no usa los salvavidas fáciles que otros filmes similares utilizan, como un narrador, o un diario, o un objeto inanimado que se convierte en un amigo (como Wilson en Náufrago). Lidia de frente con uno de los aspectos más crueles del aislamiento: el silencio. La película me encantó. Me pareció audaz, auténtica, profunda e incluso mística. Se siente como una reinterpretación de El libro de Job. El hombre justo que sufre sin razón aparente. En El libro de Job, la razón es simplemente que no conocemos las razones de Dios y que siquiera tratar de entenderlas es vanidad. En la vida real, la revelación es tan inquietante como la de un Dios incomprehensible (¿sádico?): No hay razón. Las cosas suceden y no hay un significado ulterior para ellas. Al menos ninguno más allá del que nosotros podamos adscribirle, inventarle o construirle.

‘Nuestro hombre’ en ‘All is lost’ ha decidido lanzarse a cruzar en solitario el océano índico por razones que no conocemos y que nunca se nos aclaran. Cuando lo conocemos, ya está en medio de un desastre. Un contenedor a la deriva ha chocado con su bote y le ha abierto un agujero en cubierta. A partir de aquí, todo se va al carajo. Una y otra vez. Sin importar cuánto lo intente, cuánto sacrifique, cuánto da de sí mismo, el océano sigue golpeándolo.

No sólo me gustó la película porque sea buena, me gustó porque sentí que me habló directamente. Y me habló directamente porque llevo un rato a la deriva.

Hace poco más de dos meses comencé a sentirme extraño. Un tipo de extraño familiar. En ciertos momentos agitado sin una razón clara, como si algo terrible fuera a pasar y yo estuviera seguro. En otros momentos, la mayor parte de los días, sencillamente triste. Pero una especie oscura, pesada, pegajosa de tristeza. Un ahogarse, un perder toda esperanza de tristeza. Y en otras ocasiones, un entumecimiento, como el entumecimiento que se siente después de caminar por mucho, muchísimo tiempo, sólo para encontrar nada. Como diría Leonard Cohen: “I stepped into an avalanche, it covered up my soul”.

A esto debería sumar un problema continúo de dinero desde que llegué a Estonia. Un problema que se intensificó en el peor momento posible. Vine a Estonia sin beca, sin ninguna especie de apoyo financiero ni de México ni de la Universidad de Tartu. Logré venir gracias al dinero que gané de la traducción de un libro combinado con un préstamo. Ese dinero se me acabó en octubre del año pasado. Por un par de días comí galletas saladas con mayonesa. Di una clase de español en una escuela local, lo cual me ayudó, pero a partir de enero mis estudiantes tuvieron que dejar las clases por cuestiones laborales. Traduje, pero me pagaban en pesos y en la conversión continúa ese dinero se me iba entre los dedos como agua. Tuve que pedir otro préstamo para el segundo semestre. Afortunadamente, un buen amigo me señaló una beca del gobierno mexicano basada en “talento”, lo que sea que eso signifique. A finales de abril, la obtuve.

Había un último rayo de esperanza disponible. Hacia el final del semestre pasado, se nos dijo que cada año había una beca de colegiatura disponible que se otorgaba con base en calificación. Aunque en un inicio yo no entendía nada de mis clases, me esforcé. Seguí adelante. Me vertí por completo en la maestría. Cada vez que tenía un proyecto que entregar, una presentación que dar un ensayo que escribir, pasaba noches sin dormir. Y al final del primer semestre, obtuve una A en todas mis clases. En el segundo semestre igual. Es decir que hasta ahora he mantenido un promedio de A. De 5 sobre 5. En la primer semana de septiembre, recibí un formato para aplicar formalmente a la beca de colegiatura. Si las cosas seguían su curso natural, debía recibirla.

Mientras tanto, el dinero de la beca mexicana se me acabó a mediados de agosto. Ese mismo mes, se suponía que debía recibir el dinero correspondiente al segundo semestre. Ya que la burocracia mexicana es una monstruosa combinación de pesadilla kafkiana y de película de Cantinflas, recibí el dinero hasta el viernes pasado, lo cual quiere decir que pasé dos meses sin dinero, dependiendo por completo de préstamos pequeños de amigos, familia y de mi novia, quienes, yo sé, también batallan.

Hubo un par de momentos en que sentí que había tocado fondo. Uno fue hace como un mes. Aquí en Estonia uno puede intercambiar botellas vacías de cerveza o refresco por dinero. 10 centavos por botella. Así que un día, teniendo como 30 centavos en mi cuenta, decidí que sería buena idea llevarme una bolsa de plástico conmigo mientras corría en caso de que encontrara botellas abandonadas en la calle. En 5 kilómetros sólo encontré una. Saqué la bolsa que traía conmigo y cuando la desdoblé, me di cuenta de que era una bolsa de farmacia en donde no cabía la botella. La dejé. Otro momento ocurrió hace un par de semanas – de hecho, fue justo el día en que llegué a Tallin de Riga (en el mismo camión en que vi ‘All is lost’) -, cuando en el aeropuerto de Tallin encontré una canasta de manzanas. Una especie de regalo simbólico del aeropuerto a los viajeros por el inicio del otoño. Circulé alrededor de la canasta con timidez hasta que estuve seguro de que nadie me veía y entonces me acerqué y metí todas las manzanas que pude en mi mochila a sabiendas de que no tenía dinero ni una fecha de depósito cercana.

Pero nada de esto es tan importante como lo que constituía mi preocupación más urgente: esta tristeza que todo lo impregna, este lento hundirse. Sabía que necesitaba ayuda. Sabía que necesitaba ir con un psiquiatra para comenzar a tratar esto. Pero no tenía dinero. Una amiga me prestó dinero porque sabía que esperar más podía ser peligroso. Luego una profesora muy amable me ayudó a hacer la llamada para concretar una cita.

Hoy por la mañana fui al psiquiatra. Después de salir, sentí como que por fin había podido alzar mi cabeza por encima del agua, como que por fin alcanzaba una bocanada de aire. Mientras caminaba de vuelta a casa, comencé a pensar que quizás debería a ir a un café esta tarde, darme un gusto para variar. Las cosas ahora serían mejores.

Llegué a mi departamento, abrí mi correo y me encontré con el siguiente mensaje:

“Me da tristeza anunciarles que aunque un estudiante con beca de colegiatura dejó el programa el año pasado, la oficina de asuntos académicos no transferirá la beca a otro estudiante.

Esto debido al número de estudiantes aceptados en su programa. Sólo cuando hay menos de 10 estudiantes con beca de colegiatura, la universidad transfiere la beca a otro estudiante”.

Hay un momento en ‘All is lost’ cuando ‘Nuestro hombre’ se da cuenta de que ya ha cruzado la línea de paso de cargueros en el océano Índico. Sus posibilidades de ser visto y rescatado por un barco se ven seriamente reducidas.

Yo contaba con esa beca. Le dije a todo mundo en México que las cosas iban a mejorar porque casi con total seguridad recibiría esa beca. Trabajé tanto y me esforcé por tanto tiempo. Lo di todo. Lo intenté. Nunca entendí ni siquiera porqué no me dieron la beca desde un inicio. 10 de 15 personas la obtuvieron. Cuando llegué y vi que no entendía una palabra de lo que se decía en clases, pensé que estaba bien. Sí, en efecto, no me merezco esto, claramente no es lo mío. Pero luego me di cuenta de que casi todos mis compañeros estaban igualmente perdidos. Y lo que es más, me di cuenta de que era capaz de escribir ensayos exhaustivamente investigados, interesantes, catalizadores de discusiones. Y más aún, muchos profesores me felicitaron por mi trabajo, me dijeron que podría publicarlo si le hacía algunas correcciones. Uno de mis profesores, el mejor hasta ahora y uno al que quiero considerar mi amigo, me dijo al terminar el primer semestre: “Eres un líder y este programa te necesita”. Y a pesar de todo eso, no obtuve la beca.

Había otra persona compitiendo por ella. Mariia, mi mejor amiga en Tartu. Una chica rusa brillante que también ha sufrido por cuestiones económicas. Si ella hubiera ganado la beca, al menos habría una cierta alegría, una sensación de recompensa. Pero ni ella ni yo ganamos nada por una cuestión técnica. Y quizá lo que se siente más insultante es que nos pudieron haber dicho esto desde un principio. Hacernos firmar una aplicación parece ahora una broma cruel. Mantuvieron vivas nuestras esperanzas hasta el final.

No tengo idea de cómo voy a salir de esto. La beca mexicana apenas me alcanza para pagar mi colegiatura, pero ya que he pasado dos meses sin dinero, buena parte de la beca se me irá en pagar deudas. Ya no quiero pedir más, puesto que el dinero que debo ya de por sí pende sobre mí como una nube negra.

“13 de julio, 4:50 pm. Lo siento. Sé lo poco que eso significa ahora. Pero lo siento. Lo intenté. Creo que todos deben aceptar que lo intenté. Ser honesto. Ser fuerte. Ser bondadoso. Amar. Ser justo. Pero no lo logré. Y sé que ustedes lo sabían, cada uno a su manera. Pero lo siento. Todo está perdido aquí, excepto por el alma y el cuerpo. Quiero decir, lo que queda de ellos. Y medio día de raciones. No hay excusa, realmente. Lo sé ahora. Cómo fue que me tomó tanto tiempo admitirlo, no lo sé. Pero así fue. Luché hasta el final. No sé cuánto valga eso, pero sé que lo hice. Siempre he esperado más para todos ustedes. Los extrañaré. Lo siento”.

Eso es lo que ‘Nuestro hombre’ escribe en una carta. No es un spoiler. Se muestra al inicio de la película. Así es como me siento hoy.

En mis primeras semanas en Estonia salía a correr todas las mañanas. Cada día corría un poco más lejos. Empecé a correr más allá del letrero de ‘Bienvenido a Tartu’. Y cada día que pasaba ese letrero me invadía este sentimiento de libertad. Una mañana me di cuenta de que estaba huyendo. Estaba tratando de escapar. Pero decidí quedarme y luchar. Tal vez hoy, finalmente, puedo decir que luché y perdí. Ahora puedo marcharme, derrotado, pero sabiendo que lo di todo.

Tanta gente me ha ayudado en el camino. Amigos, familia, mi novia. Con toda honestidad, siento que se me ha acabado la energía. Ya no me queda nada. Esto es tan lejos como pude llegar. Lo intenté y creo que cualquiera que me haya visto sabe que lo intenté. Todo está perdido aquí.

Pero luego he pensado en una cita de la primera novela que me avasalló, Rayuela, de Julio Cortázar: “Nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo”.

Todo está perdido.

Empecemos de nuevo.

Aunque no prometo nada.