Charles Darwin viajó a las Galápagos y enumeró los animales que ahí le encontraron. Siendo fiel a la realidad, describió la fantasía: tortugas inmensas, iguanas del color de la lava, bestias del mar con ocho extremidades húmedas. Es curioso que los primeros libros de viajeros suelen anticipar en centurias lo que luego haría Gabriel García Márquez, pero ellos lo hacían con un espíritu notarial, sólo querían dar cuenta de lo que veían, era el paisaje el que los empujaba a la maravilla. Julio Cortázar, por otro lado, con ese ánimo juguetón que jamás lo abandonó, hizo el viaje en reversa: junto con su esposa, Carol Dunlop, viajó en Fafner, su combi roja, por la carretera entre París y Marsella, deteniéndose para dormir en cada parador del camino. Juntos catalogaron la flora y fauna contigua al asfalto, encontrando en una ardilla, un hongo o una briza de hierba, un descubrimiento fascinante. La maravilla no viene del objeto, sino de los ojos que saben ver como si vieran por vez primera. Ten esto en mente, lector. No sólo para esta entrada, sino siempre.
Bestiario del territorio de Kristin
Ya he hablado de los sapitos, los grillos y las luciérnagas. Pero me he guardado lo mejor para después. ¿Qué habría sido de Dickens si hubiera revelado todas sus armas de golpe en el primer número? Has de aprender de los mejores.
Los muchos acres de la familia Van Tassel, son cohabitados por tres individuos de una misma especie que recorren el terreno como soberanos. Un trío de depredadores, quienes ahora, domesticados, sólo disfrutan el sabor de las croquetas y la comida que cae de las mesas que ellos miran con añoranza. Y quienes, sólo cuando son sobrepasados por su instinto, persiguen a los sapitos con una mezcla de hambre y curiosidad.
Estos son los tres sujetos que pude catalogar:
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Moby: Canis Lupus Familiaris. Macho. Mestizo, mezcla predominante de golden retriever. 10 meses de edad. Pelaje negro y abundante con una mancha blanca en el pecho. Energético, amigable, curioso, confiado. Intereses: sapitos, humanos miembros de su familia, humanos conocidos de su familia, humanos desconocidos que están en las inmediaciones, comida, congéneres perrunos. No parece mostrar ninguna inclinación política. Aunque es demasiado joven, se adivina que quizás nunca los tendrá. “Espíritu libre”, como les llaman.
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Willa. Canis Lupus Familiaris. Hembra. Sumamente mestiza, imposible determinar las razas que se entremezclaron para generarla. Entre 8 y 9 años de edad. Pelaje corto y color “pintita” (disculpa el argot científico). Extraordinariamente cariñosa. Extraordinariamente glotona. Intereses: recibir comida y cariño de los humanos. No entiende de política. Mientras reciba comida y caricias, está satisfecha.
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Héctor. Canis Lupus Familiaris. Macho alfa. Mestizo, aunque con prominencia de collie irlandés. Entre 10 y 11 años de edad. Pelaje abundante, negro en el lomo, costados y cabeza, blanco en cuello, pecho, vientre y patas. Intereses: su privacidad, perseguir automóviles, defender su territorio. Puede adivinarse que en su juventud fue demócrata y que recuperó la fe levemente cuando parecía que Bernie podía ser el candidato a la presidencia. Ahora no le pregunten. En serio. No quiere saber nada de política.
En mi primera noche en casa de Kristin los conocí a los tres. En cuanto nos estacionamos, Moby y Héctor se acercaron, pero al ver que además de Kristin, otro humanoide descendía del auto, Héctor se detuvo en seco, desconfiado. Moby en cambio se acercó, todo olisqueos y lengüetazos. Kristin me dijo: Héctor es muy tímido. Especialmente con los hombres, así que no te sientas mal. El que me dijera eso fue importante, pues el rechazo de un perro es para mí un dolor tremendo. Si un perro se siente repelido por mí, de inmediato me ofusco, me deprimo ostensiblemente, y me dedico a pensar qué en mí puede haber olfateado ese can para negarme su peluda cercanía.
Mientras cenábamos, los perros, en su ritual (un ritual universal, por lo que veo. En León, Gypsum, Ulán Bator, Roma y Antananarivo, los perros se acercan a las mesas de los humanos para compartir los alimentos) se juntaron a nuestro alrededor. Fue ahí donde conocí a Willa, quien de inmediato reconoció en mí a un amante de su estirpe y recargó su pesada cabeza sobre mi pierna, mirándome con ojos de insondable deseo: acaricia mi cabeza, detrás de mis orejas, parecía decir, y obedecí. Moby correteaba, con la atención dispersa entre la comida, los sapitos, las luciérnagas, las personas, los otros perros, las estrellas, las hojas, la luz, su cola, su sombra… Héctor en cambio, miraba desde lejos, sopesando mi presencia. Finalmente se acercó a David, el esposo de Kristin. Y más tarde, cuando estábamos por levantarnos, me dejó acariciarlo. Eso es muy extraño para Héctor, dijo Kristin. Deberías estar orgulloso. Y lo estaba.
Héctor fue el primero en llegar a la familia. Lo adoptaron de un refugio. Aparentemente había sido maltratado, Kristin cree que por un dueño hombre, por ende, le teme más a los hombres. Su nombre es el de Héctor, el de tremolante casco, de la Ilíada. Héctor murió asesinado por Aquiles, un hombre; por culpa de su hermano Paris, un hombre también; en una guerra ordenada por Menelao, otro hombre, quien en un arranque de celos reunió a decenas de ejércitos para sitiar Troya y vengarse así de Paris (el mismo hombre jarioso ya mencionado) quien había huido con Helena, esposa de Menelao (mujer, sí, pero encantada por Afrodita, quien había prometido a Paris el amor de Helena a cambio de que la favoreciera en un certamen de belleza). El que Héctor, el perro, desconfiara de los hombres, me pareció de lo más razonable.
Moby llegó apenas en octubre del 2016, siendo un cachorrito. Él ha conocido sólo el extenso campo de pasto, los árboles, las rosas, los sapitos y el cariño de la familia Van Tassel. Confía en el mundo, y Héctor trata de enseñarle que los humanos no son siempre dulces, pero Moby no aprende, y Héctor se desespera. El nombre de Moby viene de Moby Dick, la ballena blanca, perdición de Ahab y la tripulación del Pequod. Ballena víctima, también, de los hombres. Con más razón, Héctor piensa que Moby debería desconfiar, pero espera que nunca tenga que aprenderlo por las malas.
Unos días antes de que yo llegara, Moby se paró detrás de la camioneta de David, listo para perseguirla, y David lo atropelló. Bajó de la camioneta para ver qué había sucedido y vio que una de las llantas traseras estaba descansando sobre el cráneo de Moby. Se movió y lo llevaron a la casa. Luke durmió con el perro adolorido toda la noche, esperando lo peor. Al día siguiente, Moby despertó y fue el mismo de siempre. Una errática pelambre negra, ahora con un chichón en la cabeza que portará para siempre como medalla por sus juegos. Dicen que los humanos somos los únicos animales que no aprenden de sus errores, pero Moby sigue parándose detrás de los autos. ¿Será acaso que para él no es un error, sino una diversión por la que vale la pena arriesgarse? Héctor se desespera.
Willia, por otro lado, no es de la familia Van Tassel. En realidad, es del vecino de Kristin, pero como su humano siempre está ausente, prefiere cruzar el campo y refugiarse en donde hay comida, cariños y amigos.
En mis días en la casa de Kristin, estos tres habitantes de las llanuras fueron mi compañía. Moby y Willa no se apartaban de mi lado cuando salía. Héctor en cambio me miraba siempre desde lejos. Pero, por alguna razón misteriosa (los perros tienen razones que nos escapan), por las noches se acercaba. Bajaba la guardia y me dejaba acariciarlo. Incluso, cuando dejaba de acariciarlo detrás de las orejas, me empujaba la mano con su hocico para que siguiera. Me encariñé con Héctor sobre todo. Lo quise porque me identifiqué con él. Perro tímido, distante, socialmente incómodo, quien hasta para comer se alejaba, con su plato en la boca, para hacerlo en privado. Cuando lo veía, quería decirle: Está bien, Héctor. A mí también me dan miedo las personas. Pero no te haré daño, yo soy como tú. Quizás en la noche confiaba en mí porque, sin la luz del sol, me reconocía como un amigo y no como un hombre.
Héctor siempre corría detrás del coche cuando salíamos. Corría tanto que había que engañarlo, hacerle creer que nos había alcanzado, y después acelerar para dejarlo atrás. La mañana en que dejamos Kansas no nos siguió. Y creo que lo entiendo. Para mí también son difíciles las despedidas.
La oficina de Kristin y la bestia que nos aguarda
En mi segundo día en Kansas, Kristin me llevó a Bethany College, la universidad donde da clases. Ya eran las vacaciones de verano, así que estaba casi vacía. Atravesamos los pasillos silenciosos, huérfanos del alboroto estudiantil, y llegamos a la oficina de Kristin.
¿Recuerdas lo que dije, lector, sobre las casas? ¿Que son extensiones de las personas? No pensaba lo mismo de las oficinas, en parte porque las oficinas están casi siempre deshumanizadas. No son espacios habitables, sino transitorios. El calabozo que se habita por ocho horas diarias, en el que, como Papillon, sólo pensamos en escapar. Les pegamos letreritos, agregamos fotos, los “personalizamos”, pero esto es casi siempre una operación escapista. Tratamos de agregar pedazos de nosotros, para no sentirnos parte de la oficina. Pero Kristin adora ser maestra, su oficina es su segundo hogar.
Un librero ocupa toda una pared. Hay un sillón verde con cojines morados en un rincón. Frente a su escritorio hay un cuadro de corcho lleno de notas, dibujos, memes de sus alumnos, mensajes y fotos. Todo el espacio está ocupado por recuerdos de viajes, pinturas, regalos de sus alumnos y citas literarias. Sentado en el suelo, leyendo poemas de Sylvia Plath, sentí que aquella oficina surgía de Kristin, que la orbitaba como a una estrella, y que, probablemente, al salir, desaparecería completa, como si dependiera enteramente de su presencia.
Tanto en la biblioteca de su casa como en la de su oficina, hay una edición de Moby Dick. Uno de sus perros se llama Moby. En su pared hay un meme en donde aparece un modelo tatuado sin camisa con el rostro de Melville sobrepuesto, un regalo de sus alumnas (una combinación que resulta en un príncipe hípster, curiosamente). Y hay montones de ilustraciones, pinturas y hasta peluches de ballenas. Moby Dick es el libro preferido de Kristin (Si me obligas a elegir, me dijo).
Pensé en la novela. El capitán Ahab busca desesperado a la ballena blanca que le arrebató su pierna, con el único propósito de vengarse de ella, y está dispuesto a arrastrar a todos sus hombres a la muerte si es necesario. Kristin tiene un método distinto. Deja que la ballena se acerque a ella. Y la ballena viene.
Curiosamente Herman Melville viajó a las Galápagos, como Darwin. Pero Melville no supo ver con el ojo del biólogo maravillado. Después de cinco textos, el escritor se dedicó a inventarse relatos de espectros y piratas. Sólo en los primeros cuatro se dejó deslumbrar por la naturaleza. Era un genio, sí, pero es una lástima que no viviera ahora para dialogar con Kristin. ¿Cómo lograste atraparla?, preguntaría el novelista. Ahí es donde estás mal, Herman, respondería ella. Ella me atrapó a mí.
Como a mí me atrapó Héctor. Como todos los animales, quienes sólo buscan ser en el mundo, nos cautivan.