A Borges

El día es 24 de agosto, el año 1899 y el lugar es Palermo. Eso es todo lo que sé, el resto sólo me queda imaginarlo. En el hemisferio austral es invierno. Supondré una mañana clara y fría. Las calles están solas. Una nostalgia callada se apodera de Buenos Aires otorgando al momento, aún antes de que suceda cualquier cosa, un aire de memoria.
En la calle Tucumán, en el número 840, está a punto de ocurrir un prodigio. Aparentemente han sido sólo ocho meses los que han pasado, pero han sido siglos, han sido milenios. La oscuridad cálida y segura que lo ha envuelto ya adivina su final. Pronto saldrá a la luz.
Escapa a nosotros y a los documentos que sobre esto se hayan escrito y se escriban el saber si este recién nacido ya conocía su porvenir. ¿Conocía acaso el hombre en su primer día de vida la historia oculta de las palabras?, ¿Sabía ya del oriente, de sus arenas y su luna, de su magia y su misterio? ¿Temía ya al tormento del reflejo, al encuentro de sus ojos, de sus manos y su alma; a la inmisericorde pantomima del espejo; a los laberintos interminables de hierro letal y de oscuridades indescifrables donde aguarda nuestro minotauro con la promesa de un secreto y una herida? ¿Había acaso recorrido ya los senderos bifurcados de las infinitas bibliotecas? ¿Atesoraba ya en su mente las noches de Sherezada, los cantos homéricos y las voces de Chaucer, de Quincey y de Swinbourne? ¿Sabía algo ya de los compadritos, del ineludible cuchillo y de la muerte? ¿Soñaba ya con el oro de los tigres? ¿Le hablaban ya las horas del tiempo de sus juegos y sus simetrías? ¿Sabía acaso el hombre antes de abrir los ojos que esta luz que ahora lo llenaba, más tarde, lentamente y en silencio lo abandonaría? ¿Borges, dígame, sabía usted ya que desde su tiniebla haría luz?
Sin duda su alma, su alma que entraba esa noche a una casa de la calle Tucumán, a Buenos Aires, a Argentina, al mundo, era tan antigua como las arenas y las noches, como los cantos y las bibliotecas… Sin embargo me gusta creer que usted, como el resto de los hombres, sencillamente abrió los ojos y comenzó a ver, y a diferencia de casi todos nosotros, nunca dejó de hacerlo.

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