Imaginemos la escena: Un hombre rigurosamente desaliñado y de semblante brutalmente severo sostiene algunos papeles en sus manos. Está furioso y su ira no es para menos, acaban de darle una noticia que ha derrumbado la figura heroica que sustentaba su composición, dejando a los pentagramas de las hojas tambaleándose. La frustración escoge un lápiz como arma y se descarga sobre el papel. Ludwig van Beethoven tacha violentamente el nombre de su tercera sinfonía, inaugurando con esto el romanticismo en la música. ¿Cuál es el nombre tachado? … «Bonaparte».
Así es, en 1804 estos dos gigantes europeos se unieron en el título de una partitura. El que ambos nombres aparecieran en el encabezado de esas páginas revolucionarias no es fortuito, hay una historia detrás.
Veamos la línea del tiempo: En 1769 nace Napoleón Bonaparte, hijo de patricios venidos a menos. Nace en Córcega justo en el año en que es anexada por Francia. Un año después, en Bonn, Alemania nace, en el seno de una familia de músicos, Ludwig Van Beethoven.
Napoleón estudia en la escuela militar de Paris y descuella en las materias de geografía, historia y matemáticas. Beethoven por su parte es reconocido de inmediato como un prodigio de la música y su padre encuentra en ello gratas posibilidades económicas. Inicia una similitud biográfica entre los personajes. Ambos jóvenes de talento extraordinario, ambos seres toscos y solitarios, y luego, siendo aún estudiantes sus respectivos padres mueren, convirtiéndose ellos en sostenes de sus familias.
Pasan unos años y Napoleón inicia su vida militar con el pie derecho. En la batalla contra Tolón su frialdad en el campo y su capacidad como estratega son esenciales para obtener la victoria y con esto se hace acreedor al puesto de general. A partir de ahí su límite sería el cielo. Fue un caudillo en la revolución; en la guerra contra Italia jugó un papel decisivo; en su campaña en Egipto, (aunque le costaría un batallón entero) conquistó múltiples tierras para Francia; comandó la defensa del directorio y finalmente en el 18 Brumario comandaría también un golpe de estado que lo dejaría a él como Primer Cónsul. Entretanto Beethoven salió de Bonn y llegó a Viena con las mejores cartas de recomendación y pronto fue acogido en las cortes, ya con la responsabilidad sobre sus hombros de haber sido señalado como el sucesor de Haydn y Mozart.
Como podemos ver, las dos vidas tienen ciertas similitudes, similitudes que harían al historiador Veit Valentin decir: “El genio de Beethoven es el contrapunto del héroe del mundo visible, la réplica a Napoleón desde otro mundo.” (1976:359); no obstante este paralelismo se rompería.
Es 1802, ya son casi tres años del 18 brumario y Napoleón ha logrado expandir sus territorios y en el camino ha unido a Europa. El año anterior mandó redactar su “Code Napoleon” en el que plasma las ideas de la revolución francesa, de una forma concisa y concreta. Entretanto Beethoven se ha convertido en un músico que la audiencia vienesa considera “incómodo”. Él mismo no estaba contento con su producción. Sus primeros conciertos estaban claramente influenciados por Mozart, mientras que sus primeras dos sinfonías tenían mucho de Haydn; y su espíritu y su genio buscaban una creación distinta, algo que rompiera los moldes preestablecidos. Marie-Claire Beltrando-Patier nos cuenta que Beethoven escribió a su amigo Krumpholz sobre esta preocupación: “Hasta ahora no estoy satisfecho con mis obras; a partir de este momento quiero emprender un nuevo camino.” (2001:478).
Y así fue, Beethoven comenzó a caminar inaugurando senderos. Este mismo año se daría a la titánica tarea de componer la que sería su tercera sinfonía y aunque tenía las ansias y el talento necesario, algo le faltaba, probablemente una razón que diera fuerza y cohesión a su obra, algo que condensara todos los ideales que quería plasmar. Según cuenta Max Steinitzer en el libro que le dedica a Beethoven, Jean-Baptiste Bernadotte, el embajador francés en turno sería el responsable de dar esta pieza faltante al compositor, al sugerirle como título: “Bonaparte”, un apellido que todo europeo conocía. Un hombre que ya entonces era leyenda. Un héroe que aún en vida ya estaba inmortalizado en mármol blanco.
Es fácil comprender porqué el genio musical dedicó su obra al genio militar, al que algunos llamaban: “El liberador de Europa”. Siendo separados por sólo un año, Beethoven y Napoleón habían compartido exactamente la misma época y a nivel personal, habían tenido destinos parecidos. Ambos formaban parte de esta nueva humanidad que la revolución francesa había puesto de pie en el mundo y ambos habían visto en esta revolución ideológica y social una esperanza para sus ambiciones. Para Beethoven el régimen del terror había significado un retroceso que Napoleón remedió y después de la llamada “Guerra Universal”, Napoleón había traído unidad al continente y había llevado al plano real algunas de las ideas de la revolución. La visión que Beethoven tenía de Bonaparte, no era aislada, Veit Valentin escribe sobre él: “Las fantasías, los sueños de toda una generación se hacían realidad viva. Hizo su aparición el hombre del destino, el caso singular, el escultor de su tiempo: la personalidad única.” (1976:327). La epopeya musical había encontrado a su héroe y el artista su motivo.
Max Steinitzer al estudiar esta sinfonía y los motivos tras de ella, escribe: “(Beethoven) Quería crear algo especial, que estuviese, por su significación extraordinaria, a la altura del personaje a quien pensaba dedicarlo, Napoleón Bonaparte.” (1982:85).
Así fue que en un acto profundamente simbólico, Beethoven nombró la sinfonía que lo cambiaría todo, aquella que más tarde sería reconocida por muchos críticos y musicólogos, como la primer sinfonía romántica: “Bonaparte”.
Ahora entendemos la terrible decepción que embargó a Beethoven al recibir la noticia: Napoleón se había autoproclamado emperador. La figura de mármol blanco se desmoronaba y dejaba al descubierto al hombre. El súper hombre, el héroe arrancado del mito es sólo otro humano codicioso y soberbio. Se cuenta que Beethoven al recibir la mala nueva, aseguró: “Ahora sólo obedecerá a su ambición, buscará elevarse más alto que los demás y se convertirá en tirano.” (Steinitzer, 1982:86). Tomó el lápiz y tachó ese apellido que ahora no era más que una mancha en su creación. Dos años después rebautizó su tercera sinfonía como: “La Heroica, sinfonía para festejar el recuerdo de un gran hombre”. Algunos creen que se refería al recuerdo de lo que una vez representó Napoleón. Otros piensan que habla de un héroe inexistente (probablemente del ideal mismo).
Beethoven, además de hombre y músico, fue un punto de quiebre. Su genuina fe en el hombre era algo inusual en la época. Marie-Claire Beltrando-Patier recuerda: “Se ha dicho que Beethoven fue el primero que escribió contra su tiempo y no para él.” (2001:478), idea que me parece falsa. Beethoven escribe para su tiempo mientras que otros escribían para el pasado. En un mundo que renacía, que necesitaba fundamentarse en nuevas ideas, que necesitaba a un hombre no sólo racional y político sino también sentimental y apasionado; surgió Beethoven y vertió en la música los valores de la ilustración. Es evidente al escucharlo que las notas que escribía tenían un significado: esperanza, humanidad, libertad… Veit Valentin sentencia: “La vivencia y el concepto de la libertad es el más precioso legado espiritual del arte de Beethoven” (1976:360). De esta manera, este héroe del otro mundo, (como el mismo Valentin mencionaba) termina siendo el verdadero héroe romántico.
Así llegamos al escenario inicial. ¿Por qué considero a este tachón la nota final de su composición? Porque Beethoven sacrifica a su héroe omitiéndolo, haciéndolo anónimo y por lo tanto más universal. Al tachar a Bonaparte, traidor de los ideales, termina realmente su obra y la corona como la primera sinfonía verdaderamente romántica.
Bibliografía:
- Valentin, Veit; Historia Universal, Tomo II; Editorial Sudamericana; 1976; Buenos Aires.
- Steinitzer, Max; Beethoven; Fondo de Cultura Económica; 1982; México D.F.
- Beltrando-Patier, Marie-Claire; Historia de la Música; Editorial Espasa ; 2001; Barcelona.