Por fin, después de haberse pasado cuatro horas y media buscando como loca en todas las esquinas de los Oxxos, Extras, Baras y demás tienditas y changarros de la ciudad, alguna vaporera todavía cargada; Rosalba estaba plácidamente sentada con su platito fiestero y su tamal lista para saborearlo con ganas estuviera bueno o malo, porque ¡ah, cómo le había costado encontrar esos canijos! Dio la mordida con harto placer y algo truncó el camino incisivo de sus dientes. Incrédula y encabronada se sacó el pedacillo de plástico blanco de la boca y estrelló el méndigo tamal traicionero en el suelo. Mientras salía de la reunión se prometió el año próximo hacer una manda para que la virgencita le dejara de mandar a su niñito, quien francamente ya la tenía hasta la madre.