Diario 2020-2022, última parte

Viernes 1 de octubre, 2021

Estoy sentado en el Mad Murphy’s, el primer bar al que vine tras mudarme a Estonia y estoy en nuestra mesa, la misma mesa de aquella vez. Antes de entrar escuchaba I Still Haven’t Found What I’m Looking For y pienso en estos cuatro años, estos 9,800 km, esta vida, y es que mañana – dentro de unas horas – volaremos a México por primera vez en años (yo cuatro, Fabiola, cinco). Y siento como si algo grande estuviera a punto de pasar, algo bueno o malo o simplemente complejo. Que rozaré quizás ese algo que aún no he encontrado o que no lograré distinguirlo siquiera, o que se me ofrecerá y no podré atraparlo. Pero así soy yo: dramático, romántico, siempre esperando la catástrofe o la epifanía.

Estoy emocionado y en verdad lo único que quiero es ver a mis papás, a mi hermano, a mis amigos y familia, compartir un cachito de vida con ellos y hacerlo durar.

¡Que así sea!

Martes 25 de enero, 2022

En un consultorio del sexto piso de la clínica, piso dedicado exclusivamente a la salud mental. Miro a través del enorme ventanal el paisaje que se extiende planísimo, quebrado apenas por edificios y enormes chimeneas soviéticas. Hace un día hermoso, la verdad. La luz es dorada y el cielo de un azul cristalino. La oficina también es bonita. Cómoda, agradable. Cerca de mí el psiquiatra toma notas en su computadora. Envía la receta al sistema y en unos minutos podré ir a la farmacia, cruzar la calle nada más, dar mi identificación y la dependienta en un instante sabrá lo siguiente sobre mí: sufro de depresión y ansiedad, y eso es de lo más normal. ¿Cuántos más así vendrán al día?

Y pienso: ¿Quién puede sentir compasión o interés por esta tragedia privada, diminuta, solipsista, sin sustancia ni objeto, sin glamour?

Domingo 27 de febrero de 2022

Empecé este diario en marzo del 2020 al inicio de una pandemia y ahora, dos años después, estoy por cerrarlo al inicio de una guerra que nadie sabe hasta qué grado alterará la vida de todos y la cara del siglo XXI.

Hay una serie de acciones que quiero tomar a continuación para sentir que mi vida es vida, o cuando menos evitar que se desintegre en la pura ansiedad y el miedo. Quizás es paranoico, quizá sea ingenuo no ser paranoico, pero si existe la amenaza de una muerte próxima por aniquilación nuclear o de una vida descarrilada por la guerra, quisiera dedicar mi tiempo libre exclusivamente a cosas que me hagan feliz. Sin ambiciones, ni pretensiones, ni esperanzas siquiera.

Miércoles 2 de marzo, 2022

Qué horrible día. Veo por la ventana. Qué vista tan deplorable: nieve sucia, un lodazal del que asoman capas y capas de basura húmeda y gélida. Viendo esto uno no puede más que imaginar un aroma a cenicero húmedo. Gris, gris y más gris.

Martes 22 de marzo, 2022

Vamos en ferry a Helsinki. Tomo un café de máquina de Starbucks que tira más a malo que a mediocre. Devoro un panecito comprado en el súper antes de abordar. Y la experiencia en conjunto, como siempre, me encanta. Tengo que leer pronto el ensayo de David Foster Wallace sobre su experiencia en un crucero. Me gustaría escribir sobre los múltiples viajes en ferry que hemos hecho en estos años.

¿Por qué me gusta tanto? Es incómodo y tardado. Los barcos tienen un decorado que oscila entre esa patina de sofisticación moderna que invade hasta los McDonald’s actuales – linóleo que simula acabados en madera, diseños minimalistas y tonos marrones y crema – y por otro lado un mal gusto grosero y setentero. Es caro también, una vez que empiezas a comprar café, cacahuates o cerveza. Y no obstante, me fascina.

Vamos a un concierto de The War on Drugs, una banda de chavorrucos que son como medio new wave, medio ochenteros, con algo de electrónica muy liviana. El vocalista tiene una voz que se pasea entre Bob Dylan y Phil Collins y una vibra de millenial hipster, melancólico pero optimista.

Estos días he sido feliz.

Jueves 24 de marzo, 2022

Escribo mientras recaliento mi café. ¿Por qué me gusta siempre comenzar especificando el contexto? Creo que me gusta situar al lector para que pueda imaginarse (o en el caso de un diario, para que pueda yo luego recordar) la situación en la que escribía y todo lo que desborda de esas pocas palabras descriptivas.

Sábado 26 de marzo, 2022

Casi llego al final de este cuaderno y releyendo mis primeras anotaciones en él me parece que en todo este tiempo y tras dos años no he cambiado, no he mejorado. Tal vez es falso, pero es lo que siento.

Voy y vengo, subo y bajo. A veces en un mismo día.

Estoy cansado de ser hombre, como dice aquel poema de Neruda. Minuciosamente me odio, como escribió Borges en algún lado. Quiero ser alguien más. Tal vez eso le ocurra a mucha gente.

Quiero ser la persona que soy cuando corro o viajo. Dentro de mí surge y crece una valentía, un propósito, unas ganas de vivir y experimentar que luego se derrumban en cuanto me detengo.

A veces me siento atrapado dentro de mí, dentro de esa habitación en mí que es ruinosa y oscura, que tiene solo una ventana diminuta por la cual vislumbro un exterior emocionante y expansivo.

Tengo que cambiar, tengo que arrojarme, tengo que tomar decisiones.

Compré el número de Granta donde nombran a los mejores narradores jóvenes en lengua española. Hay una de mi edad y dos más jóvenes. Cumpliré 30 años pronto y no soy nada ni nadie.

Pero a la vez no ambiciono ya esa importancia basada en laureles y condecoraciones institucionales. Claro que quiero reconocimiento y lectores, pero también quiero rehuir el «darse importancia», las fotos solemntes, las investduras.

No hay de otra: tengo que escribir. Tengo que crear. Sin prisas, pero con determinación.

Miércoles 27 de abril, 2022

La última página del diario comenzado hace poco más de dos años. Quisiera recordar dónde estaba cuando empecé a escribir en este cuaderno. Seguramente en el departamento porque para entonces llevábamos ya unas semanas de encierro pandémico. Hoy, en cambio, estamos en Rahva Raamat, mi nuevo café y librería preferidos en Tallin.

Quería tener unas reflexiones finales para este cuaderno. Terminarlo con una revelación, una epifanía, o cuando menos la sensación de haber hallado una verdad sobre el mundo o sobre mí, o en el peor de los casos acabar siquiera con la confesión de un catastrófico fracaso en mi búsqueda de sentido.

Sin embargo, creo que cualquiera de esas salidas sería falsa. Empecé este diario prometiéndome intentar ser sincero y no urdir atrificios, por mucho que hagan falta para salvar al cuaderno de la más blanda nada.

Ese era el punto, ese es el punto.

¿Por qué ahora, después de dos años de llevar (muy irregularmente) este ejercicio, sigo imaginando, en un rincón a veces oculto y a veces muy a la vista de mi alma, que este diario es algo más que un diario con minúscula de un hombre jóven todo en minúsculas? ¿Por qué – ¡confiésalo! – me empeño en imaginar que algún día estas páginas serán estudiadas para dar contexto y perspectiva a «mi obra»? El detalle en la puntuación y las múltiples acotaciones son delatoras.

Qué tontería.

Pero es bueno darse cuenta de esas pretensiones y bueno reírse de ello. Bueno mirar al ampuloso aspirante a escritor con cuello de tortuga y saco de tweed y carcajearse.

Solo me caigo bien cuando no me doy importancia.

Sigo aspirando a lo mismo: Escribir bien, lo mejor que pueda. Pero no porque aspiro a nada trascendental (aunque tengo ambición, por supuesto, y sueños e ilusiones y preocupaciones e ideas) sino porque simple y sencillamente necesito escribir. Necesito crear. Lo he visto y sentido. Si pasa demasiado tiempo sin que escriba, me enfermo y me asfixio. Escribir es mi manera de eliminar, expurgar la amalgama de sensaciones, sentimientos e intuiciones que se acumulan como peligrosas toxinas en mi sangre.

En este preciso momento, mientras termino este cuaderno, mientras escribo las últimas palabras en él, me siento feliz y en paz. Al menos en este instante. Y eso ya es mucho.

Y sigo buscando.

Autorretrato

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