Diario 2020-2022, parte IX

Domingo 11 de abril de 2021

Algo me sucede constantemente al escribir que es como un abandono de la gracia, una separación dolorosa. El texto, antes incluso de nacer o estar completo, se rebela y me excluye. Hay una especie de membrana que nos separa y no logro rasgarla.

A veces siento que si ahí se guarda algo verdadero y está destinado para mí, entonces lograré cortar esa película, hallar una apertura y reconciliarme con las palabras para terminar lo que iniciamos juntos.

Si no sucede de esa manera, que es la mayoría de las veces, el escrito quedará así: deforme y mutilado, y pasará a engrosar el cementerio de embriones que cargo en discos duros y cuadernos.

Jueves 22 de abril de 2021

Voy de salida de mi operación de córnea.

Sobre la cirugía: la oftalmóloga, una mujer enorme y muy simpática, me recibe en un cuarto amplio y blanco donde al centro me espera una cama coronada con una máquina que pronto se cerinirá sobre mi cara. Asistentes enmascarados esperan al rededor. Hay un aire de ritual en las cirugías. Me recuestan, me dan dos pelotas anti estrés. Pregunto porqué. «Porque vas a estar aquí cuarenta minutos, para que no te aburras» me responde sospechosamente la doctora. Me cubren con una manta y pregunto para qué: «Para que no te dé frío», me miente de nuevo, como el lobo le mintiera a Caperucita. Sé que en realidad es para evitar que mis manos, en un reflejo defensivo, cubran mi rostro o, peor aún, le propinen una bofetada a los enfermeros.

La anestesia fue local, aplicada con gotas (creo). Estuve consciente y lo ví todo. El peor momento, el único que de verdad me puso nervioso, fue el inicio. Me insertaron en el ojo algo que asumo es como aquello que le ponen a Alex en A Clockwork Orange. Luego unas tijeras diminutas se acercaron y cortaron algo. A partir de ahí todo se volvió menos terrorífico y más interesante.

El procedimiento es un asunto psicodélico y astronómico. Los escaneos de las córneas parecen mapas climatológicos de planetas alienígenas. Y luego las gotas de riboflavina y los rayos que disparan al ojo abierto crean una visión que me recuerda a 2001: A Space Odyssey (curioso, mucho Kubrick). Luz verde, luz roja. Al centro un sol fluorescente que respira, se inflama y se contrae, rodeado de millares de estrellas rojas. Eclipses rítmicos, un oscurecimiento total de este sistema de astros cada que cae una nueva gota.

Mucho dolor ahora. Ya no puedo escribir.

Sábado 22 de mayo, 2021

Estoy atascado de nuevo y con una ansiedad que amenaza con desbordarse en cada momento en que no tengo actividades que sirvan de dique para contenerla.

Martes 8 de junio, 2021

Algo me ocurre. Estoy cansado y distraído. Estoy estresado, pero no hay razón. No me concentro.

Madrugada del 23 de julio de 2021

No puedo dormir. Creo que es hora de aceptar que estoy pasando por una crisis. Que llevo meses cayendo. He culpado a las medicinas y puede que haya algo de cierto en esas sospechas, pero definitivamente no son las únicas culpables y mucho menos la razón del problema.

Mi espíritu está muriendo. Lleva mucho tiempo postrado, agonizando. En cama e intubado. Voy a visitarlo cada tanto, le llevo mendrugos de pan: una película, un libro, un paseo; lo entretengo y trato de mantenerle el ánimo alto para que ignore al electrocardiograma que a su costado se va quedando más y más falto de montañas. Me siento mal al verlo tan demacrado. El diagnóstico no es favorable: nació con un debilitante temperamento artístico que se nutrió de nefandas ínfulas bohemias. Su interior está poblado de sueños parasíticos y, para acabarla de amolar, un ánimo romántico se le ha extendido por todo el cuerpo. Y el mundo al que vino a parar es uno que llama a las pasiones hobbies, pasa tiempos, que mira a los frutos que la creatividad trae a su mesa y pregunta: ¿para qué sirve? ¿cuál es su utilidad? ¿cómo voy a venderlo? Si las respuestas no son satisfactorias: a la basura o, con algo de suerte, a un rincón bien iluminado que se puede mirar en ciertos horarios, para distraerse o descansar de las actividades que realmente importan.

¿A quién engaño? La verdad es que el espíritu se muere por perezoso y cobarde. Es verdad que nada es fácil, pero hay quien escribe en la cárcel, en las madrugadas, en las calles. Como decía Kafka: «Dios no quiere que escriba, pero yo debo hacerlo».

Sábado 21 de agosto, 2021

Viajamos rumbo a Riga a bordo de un autobús de dos pisos. Estamos sentados en el piso superior. Como siempre que se viaja en esta zona del mundo, atravesamos bosques y campos. Los colores del otoño se anuncian. La luz es muy bella y a través de mis lentes de sol lo es aún más: dorada y los verdes son más intensos. Una inesperada ventaja de mi enfermedad.

Siento esto casi como una meditación. Lo que no consigo hacer con la mentada App de Headspace, aquí me viene natural. Los pensamientos vienen y van, livianos, afables, como aves que buscan un breve reposo antes de seguir el vuelo. Solo conozco la tranquilidad en movimiento.

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