Diario 2020-2022, parte VII

Martes 15 de septiembre, 2020

En Varsovia, en el parque Łazienki frente al monumento a Chopin.

El haber visto a una joven corredora, delgada y vestida con ropa deportiva Nike me hizo pensar en que tal vez yo nunca seré así, es decir, deportista, atlético, ni siquiera delgado. Llego ya a una edad en que empiezo a darme cuenta (o quizás a aceptar por fin) que hay cosas que nunca serán para mí. Llego a ese momento en que la vida empieza a angostarse, a fluir por inercia y no por potencialidades.

Todo esto se ha dicho ya y se ha dicho mejor, pero eso poco importa porque para todos, sin importar admoniciones y advertencias, este descubrimiento es necesariamente nuevo, íntimo, solo nuestro.

Domingo 20 de septiembre, 2020

En un tren de Krakovia a Breslavia. La vida por las ventanas. Los viajes son eso: estampas que se suceden enmarcadas por las ventanas del coche o del tren, o del avión.

Ahora estoy en Polonia, pero inevitablemente estos campos de cultivo y estas casitas de granjeros me devuelven a mis muchísimos viajes con mi papá por los paisajes de Guanajuato, de San Luis Potosí, de Chiapas.

Lunes 21 de septiembre, 2020

Camino a Poznan desde Breslavia, leyendo a Olga Tokarczuk.

Recordé a mi tía Martha en aquella ocasión en que dijo, esuchando una vieja balada: «Uno debería morirse cuando es más feliz». En el momento que la escuché decir eso sentí solo tristeza, mas ahora que lo pienso creo que no sería una mala reforma al contrato de la vida. Porque en rigor, uno podría haber tenido la vida más idílica, la más cómoda, la más agraciada por la abundancia, la más frecuentada por el éxito; pero si en los momentos finales se es miserable, de nada valen los años de alegría. En cambio uno puede haber llevado una vida desgraciada, trágica, mezquina o mediocre, pero si sus últimos instantes son de dicha, se va uno a la tumba en los brazos de la gloria.

Entonces mi tía tenía mucha razón. No se requerirían escalas para medir cuál es el momento más feliz, no, hay que dejarle un poco al azar. Bastará que la persona se sienta plenamente feliz en un momento cualquiera, tocada por la gracia, y que entonces, sin que lo note (y esto es crucial) la fulmine un rayo o una piedra le caiga de las alturas, o un autobús la arrolle y sus misericordes ruedas le aplasten el cráneo y una estrella de sangre y sesos sea la cera caliente que ponga el sello a una vida feliz.

Lunes 12 de octubre, 2020

Desde que volvimos de Polonia, pero particularmente desde que volví al trabajo, me siento significativamente alicaído.

De nuevo episodios de ansiedad por el paso del tiempo, de nuevo cansancio y desánimo con respecto a llevar a cabo mis proyectos.

Miércoles 28 de octubre, 2020

De pronto todo está en blanco de nuevo. Algo misterioso ocurrió desde que volvimos de Polonia. Un proceso silencioso – un declive tantas veces transitado, pero aún desconocido pues opera así, con una discreción absoluta – me ha arrastrado de nuevo y ya me hallo aquí otra vez, en esa hondura donde el lenguaje no me sirve de cuerda ni escalera, ni de agua ni alimento. Las palabras son más bien ratas parduzcas, serpientes y otras alimañas que, como yo, creptan en el fondo de esta fosa y su murmullo no me calma, pero tampoco me atormenta; más bien me hace dudar, dudar, dudar: ¿son las palabras realmente mías? ¿Tengo algún poder sobre ellas?

Es curioso pensarlo, pero el escritor es el ser más alienado del lenguaje. El expulsado de su reino. El lenguaje es aire, es sangre, es piel y órganos. Lo usamos y nos usa a todas horas sin que notemos su paso por nosotros, sin que reparemos en sus huellas. Pero el escritor, ¡ah!, el miserable escritor está adentro y está afuera, y mientras habla y escribe se mira y mira ese permanente flujo de palabras y le parece raquítico o grotesco, o deficiente, o falso, o ineficaz, o pobre y también a veces maravilloso – pero esto último, casi siempre, cuando fluye desde alguien más.

No, yo no soy un escritor. He mentido. No he escrito nada. Ni un esbozo de libro. Cuentos y ensayos desperdigados. No soy un escritor y ya no sé si quiero serlo.

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