Diario 2020-2022, parte IV

Miércoles 15 de abril, 2020

Ayer interrumpí mis «reflexiones» y qué bueno. Vuelvo a empezar:

El punto era decir que tal vez mi crisis actual – que lleva ya tiempo, precede por mucho al coronavirus y alcanza las fechas posteriores a mi graduación – sea en realidad una crisis de vocación que en algún momento, de cualquier forma, habría tenido que enfrentar.

¿Ya no creo en la literatura? Creo que no. Al menos no como solía hacerlo. Pero lo que agoniza es en realidad una visión de la literatura.

Como el centro de mi identidad o, en otras palabras, como la narrativa que es mi pasado está estructurada precisamente en torno a «hitos» literarios, es solo lógico que mi ego siempre hambriento comprendiera ese «llamado» solo en función de cómo podría proporcionarle el alimento que requiere.

En cristiano: vi la literatura como un pasaje al reconocimiento.

Bomba de tiempo puesto que por angas (desidia, atención menguante, falta de disciplina) o mangas (ansiedad, autocompasión) no he leído ni leo lo suficiente y no he escrito ni escribo lo suficiente. De manera que a los 27, casi 28, no he escrito nada de valor y he leído poquísimo.

Algo he hecho terriblemente mal puesto que la literatura que alguna vez (quizá solo en mi infancia y esporádicos momentos después) fue un placer, se ha transformado en un deber siempre postergado y por ende un foco negro de culpa. Una deuda que pende sobre mí como nube negra que resulta hecha de granito y cae eternamente sobre mi espalda.

Y la cosa es que de pronto creo ver con claridad que la empresa estuvo condenada desde el principio porque sus motivos eran equivocados.

La literatura ya no es en la sociedad lo que fuera hasta quizá los años 80. Y menos aún lo que fue hace 100, 200 años. Está ahora hiperfragmentada en nichos y por más fuertes, más elocuentes o más brillantes que sean las voces, sin importar cuán meritorias… sus púlpitos son muy bajos y sus congregaciones reducidas.

Y hay demasiado, demasiado.

Quizás el futuro arte, el arte del futuro, sea transmedial, difractado, múltiple; atacará a la vez muchos sentidos y aceptará plenamente su condición efímera.

O quizá no. Quizá la literatura seguirá gracias a su simplicidad. Nunca es aconsejable apostarlo todo por una novedad.

(Misterio fundamental: ¿Cómo experimentar sin a la vez ser el pelmazo que cree abrir las puertas del futuro, ciego ante el callejón sin salida que tiene en frente?).

Sería bueno tal vez, o incluso absolutamente necesario, arrojarme a una idea totalmente radical: abandono por ahora mi destino. Salto por la borda.

Debo atreverme a redescubrir mi amor, mi necesidad profunda por la literatura; mi placer lector y mi vocación de escritor. Tener el valor de aceptar el riesgo de que quizá todo haya sido un simulacro, o cuando menos un amor auténtico que ya murió y del que sigo abrazado como a un fantasma por temor a desaparecer yo también.

Jueves 16 de abril, 2020

Pensamientos inconexos que tuve ayer:

Leer para comprender al mundo y comprenderme a mí mismo.

Escribir como terapia. (Terriblemente dicho, lugares comunes, pero es lo que hay).

Escribir como exploración. Escribir como quien palpa en las tinieblas, como quien tienta entre la mullida enramada de una densa selva.

Escribir para salvarme, no para salvar a otros.

Escribir, pero no como quien pretende encender una luz, sino como quien lucha por mantener una vela encendida mientras atraviesa un vendaval.

Viernes 17 de abril, 2020

Una vez más he perido el sentido. Ayer lo sentía conmigo, recobrado, pero como un gato ha saltado de mi regazo esta mañana y se ha ido a pasear.

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